lunes, 3 de diciembre de 2012

Nociva


Ya está. Le di cuerda a la bomba atómica. Giré las manecillas que activan el mecanismo con la misma mano que limpio el vaho del espejo. Me miro. Mi imagen es borrosa, distorsionada. Solo queda esperar a que se acabe el tic-tac de ese reloj antiguo. Me ciño la toalla bajo la axila y observo cómo una manada de lobos merodean en las orillas de la laguna. Aguas negras que mantienen inerte una barquichuela conmigo dentro. Los lobos aúllan nerviosos removidos por los vapores con olor a gel que levantan las aguas negras de la laguna. Los lobos se muerden y se gruñen entre sí motivados por el hambre. Los lobos, simplemente, están asustados porque también oyen el tic-tac de la cuenta atrás.
No sé qué pasará cuando el reloj toque su clic final. No puedo adivinar hasta dónde llegará la onda expansiva. Solo sé, que me sujetas con una cuerda que tengo atada a la cintura. El único contacto con tierra firme. Permaneces de pie, al borde del muelle de madera carcomido, esperando. Desde donde estoy no sé si puedes oír al mecanismo moverse en sus engranajes de vísceras y bilis. Intenté gritar desde la barquichuela, pero los aullidos de los lobos maquillaron mi advertencia. Veo que la cuerda comienza a escurrirte de entre los dedos. Pero mantienes el tipo con dignidad y tiras hacia ti, luchando con el vaivén de las ondas del agua.
No me lleves hacia la orilla, no dejes que toque tierra firme. Suelta la cuerda. Deja que me pierda en el otro lado del espejo. Solo ahí, no te llegará la onda expansiva. Deja que muera con mis lobos que, a fin de cuentas, ellos fueron quiénes armaron mi bomba atómica. Yo solo le di cuerda. Solo quiero hundirme bajo la laguna y ser la artificiera de mi propio destino. No me pidas que te ame. Porque mis vísceras gastan toda su energía en mover la maquinaria. No me pidas que me quede. Porque a cada tic-tac que suena, mis músculos se contraen y adquieren la consistencia del mármol. No me pidas nada. Porque dejé mi conciencia en casa de la forjadora de almas, esa misma hechicera que te dio el cabo del extremo de la cuerda que me sujeta por la cintura al muelle de madera. Recuerda que le gusta jugar. Y mi bomba atada en la espalda no es más que otro juguete para divertirse en sus ratos de ocio. Ella soltó a los lobos. No quieras ser tú otro licántropo sin necesidad de luna llena. No lo desees, porque podría herirte. Quizá ya lo haya hecho. Lo siento. Desde el sofá, la televisión no te deja oír el tic-tac que me rumia, que me lleva a esa laguna cada vez que me miro al espejo.
Tengo frío. He de quitarme la toalla y ponerme ropa seca. Dejar que la cuerda siga balanceándose desde el muelle hasta el centro inerte de la laguna. Los lobos tendrán que esperar una noche más a que la bomba estalle. No sé cuánto tiempo falta. El vaho del baño ha disipado las tinieblas de la laguna. Te oigo cambiar de canal y yo me masajeo la crema hidratante.
Aburrido, vienes a verme al cuarto de baño. La televisión queda de fondo contando las maravillas de, curiosamente, un documental sobre lobos albinos. Sonrío por la mimetización de la casualidad, tu crees que la sonrisa es para ti. Me miras y me dices que me quieres. Y yo, solo puedo mirarte y oír un dulce tic-tac en la espalda.  

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