Flores
de papel son lo único que puede germinar bajo los escombros de un
edificio derruido. Es difícil encontrarlas cuando a cada lado de la
acera hay más y más edificios con los cimientos al aire como en el
que me siento a esperar en la cola del banco. Ya es empezar el día
con mala sombra mojándose la ropa que tendí por la noche. Ya
podrían mojarse las flores. Corrí por las calles que las granadas y
los coches bomba devastaron. Las balas de los francotiradores se
cuelan por ventanas mudas sin cristales. Las veo pasar y pulverizar
vajillas en mesas puestas sin que haya nadie sirviendo el té. Pasan
muy cerca de mi oído, emitiendo un zumbido de avispa que me recuerda
que la tapa de mis sesos ha tenido suerte esta vez. Las flores
germinarán cuando todo esté en silencio, ese silencio ensordecedor
que le precede a la explosión. Esa congelada calma que paraliza el
mundo y siembra el suelo de semillas con ceniza.
Ya
es empezar el día con mala gaita sabiendo que hay un hueco al lado
de mi colchón. Ya podría no saber solo a pan el bocadillo de jamón.
Creo que ya sé por qué estoy en la cola del banco. Los
francotiradores no la iban a hacer daño a ella. Era la única que
tenía licencia para pasear por las calles sordas de polvo gris y
fuegos fatuos. Entiendo que tuviera miedo de todas formas. A ella le
iban más los rascacielos de espejos pulidos y las flores resignadas
que decoran despachos elegantes e insulsos. Yo tengo el alma en
ruinas y una planta de maría en la terraza. Nada que ver. Ya es
empezar el día con mal pie peleando con una niñata punki que ha
tirado el envase de un litro al matorral. Mierda de conciencia social
y libertad de expresión. Y la cola del banco que no se mueve.
Delante hay un hombre que está haciendo la consulta con el
futurólogo o algo así. Si, total, ya es mala pata saber lo que nos
depara el futuro. Demasiado hueco en el colchón y un montón de
facturas, que esto no se alivia ni con un flamenquillo tocado con
yembés y darbukas. Los bombardeos ya suenan lejos de mis fronteras y
la alarma de la amenaza nuclear señala que no habrá flores dentro
de los búnquers. Han destruido el faro que guiaba a los barcos por
las noches, ella se llevó la última bombilla de recambio.
Un
niño solitario y la cara manchada de tizne juega con una pelota
pinchada y abollada. Me mira con la sonrisa cabrona de saber más que
yo. Y me pisará las flores, lo veo venir. Pero me fijo en su
camiseta y lleva escrita su vida en la dorsal. Violaron a su madre
mientras él miraba y se escondía en el armario pensando en campos
con vacas y ranas, tapándose los oídos para no oír los gritos de
su madre. El armario crujió y los militares dispararon. El zumbido
de la bala se llevó el tímpano derecho. Ahora la pelota abollada no
puede jugar al baloncesto porque sus rebotes no son firmes, un
francotirador podría verla y rebajarla a la altura de plato de loza
de la cocina donde se quedó esa madre sirviendo el té con las
bragas manchadas de sangre y una herida en el cuello. El niño me
mira con esa sonrisa cabrona pero ya sé que no es con malicia, me
dice que ya me queda poco para llegar a la caja número dos y pagar
la factura. Es lo que tienen los escenarios de guerra, que no gusta
verlos, no gusta pisarlos, nadie los quiere reconstruir. La gente
coge sus petates llenos de recuerdos inútiles y emigra a otros
edificios que tengan los cimientos enterrados. Pero a mí no me
llevaron, me quedé sentado encima de un monolito descorchado
escuchando el silencio, viendo los resplandores de las explosiones
lejanas. Y con la musiquilla de las ametralladoras resoplando en la
sesera. Necesitaría un francotirador. Pero ya es empezar el día con
mala leche sabiendo que la ciudad en guerra queda muy lejos del
banco. El siguiente, por favor. Y ese soy yo. Me levanto y miro a
través de la trinchera. La cajera ya podría peinarse un poco mejor,
seguro que la niñata punki del litro tiene más estilo cuando va
emporrada. Pero sonrío y pregunto por la floristería más cercana.
A fin de cuentas, ya es malo comenzar el día con calderilla en los
bolsillos pero no peor que terminarlo solo en un colchón de muelles.
Tendré que reconstruir yo solo la maqueta de mi alma. He de contarle
que los francotiradores levantaron la bandera blanca y que las flores
de papel son lo único que puedo ofrecerle.