lunes, 14 de enero de 2013

Parches de ojos


Las crías de los gigantes quieren volar, mientras que las mariposas vuelan con torniquetes en las alas. Miro por el ojo de buey y recuerdo que me duele el dedo pequeño del pie derecho. Fue por correr. Oigo tus gorgoritos al dormir, se me ocurre el ruido del fuelle de la respiración asistida. Deberías dejar de fumar. Los vecinos han roto sus almohadas y están nevando plumas. Echo de menos las burbujas del aceite hirviendo, sobre todo esas blancas y violentas que se ciernen alrededor del nugget de pollo. Empecé todo esto siendo un nugget y me dejé engullir por la ebullición. Tengo miedo cuando pienso en el mar en calma. Me da miedo mirar sola por el ojo de buey y no ver más que gaviotas varadas en alquitrán. Las llegué a observar detenidamente sentada sobre el borde de la acera. Eso fue antes de correr. Mucho antes de mi dedo pequeño del pie derecho. Hay que ver cómo duermes y lo fuerte que respiras, pero no seré yo quien te espante el cigarro de la boca. Se ven las plumas caer, flotar inertes con un suave balanceo en su encarnizada lucha contra la gravedad y parece que haga más frío del que realmente marca en los termómetros.
Los duendes que viven dentro de los anillos de los árboles visten botas de fieltro porque si usan terciopelo les pica en los talones. Debería robarles un par un día de estos a ver si consigo quitarme estos pinchazos del dedo del pie. Es que mira que corrí ese día. Huía y no sabía ni de qué. Me pillaste porque paré un segundo para que me estallara el flato en las costillas, descubriste mi punto débil y tiraste del hilo con el cascabel para que subiera al barco. Tengo miedo de llegar a la isla del tesoro y saber que la aventura puede acabar. Tengo miedo que la brújula nos oriente mal en el mapa. Ya anoté una vez unas coordenadas y no me llevaron a otro lugar más que a navegar en círculos. Tardé en darme cuenta de que los timones y las cubiertas de parqué resinado no estaban hechas para mí. Por eso me senté en la acera y me quedé contemplando la inopia de plumas de gaviota. Esta vez, las plumas son diferentes y flotan mucho antes de estornudar. Quiero pensar que es buena señal. Esto me recuerda a los cuentos de piratas con patas de palo y loros raquíticos con piquitos de piñón. Solo que tu no tenías loro ni cojeabas, solo usabas parches en los ojos, qué lástima que no fueran de nicotina. Así tus pulmones no se convertirían en nuggets de pollo cada vez que te vas a dormir. Me hizo gracia darme cuenta que usábamos la misma marca de parches. Creo que por eso me quedé muy quieta en el camarote mientras me hacías mirar la luna por el ojo de buey y me dabas un masaje en el dedo del pie. Pero sigue pinchando. Es que corrí mucho. Has conseguido extinguir el volcán de mi pecho, que durante años estuvo escupiendo lava y gases nobles. Se está bien cuando la gasolina flota sobre las aguas tranquilas. Hacía tiempo que los perros no ladraban canciones por las calles y hasta me apetece curar las vendas de las mariposas.
Las rocas son esponjas que se solidifican con el paso del tiempo. Los anfibios peces que se quedaron a mitad del camino al querer fugarse a tierra firme y nosotros somos dos gotas de ketchup fuera del plato. Tengo miedo a ponerte de lado para que puedas respirar mejor, no quiero despertarte. Porque siento que si lo hago, se romperá el hechizo que la princesa le hizo al pirata y descubrirá que en realidad, fue ella quien ató el cascabel al hilo y quien rajó las almohadas de los vecinos. Los papeles se han invertido y ahora soy yo la que bulle sobre ti, devorándote con violencia. Es una centrifugación tan potente que no me doy cuenta de que no solo muevo tus cimientos, también me arrastro contigo al abismo de las flores de tallo largo clavadas en césped de plastilina. El manto de plumas que densa el ambiente no me deja ver cuánto falta para llegar a la isla. Pero tampoco quiero saberlo. Dejo de mirar por el ojo de buey, me dan igual las gaviotas y lo que tarden en besar el suelo las plumas de oca. Me tumbo a tu lado en silencio con el pie derecho colgando fuera de la cama, me apoyo sobre tu pecho y oigo los gorgoritos de tus pulmones. Me duele pero seguiré comprándote tabaco. No se me dan bien las reformas de hogar. Cierro los ojos y dejo que la brújula haga su propio rumbo y esperaré. Tengo miedo a llegar a puerto y descubrir que hay un volcán en erupción en esa isla, que los gigantes andan enfadados porque sus crías se cayeron de los nidos y que los duendes me reclamen sus botas. Pero me habrá quedado tu abrazo en el barco y los atardeceres naranjas del invierno entre los pinos. Lo único que, quizá, si me dé mucho miedo, será bajar del barco y olvidar sobre el mástil mis parches para los ojos. 

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