lunes, 30 de mayo de 2011

Aceitunas verdes

La aceituna rodó verde por el suelo de la cocina. Llegó hasta una esquina y ahí se quedó, agazapada y temblando. Lejos de sus compañeras del plato de aperitivo. Esperó muy quieta a que vinieran a buscarla. No fue nadie. La aceituna verde dejó de temblar y se percató que a su lado había una bolita negra con lágrimas secas. Y la aceituna le preguntó:
— ¿Tú también caíste del plato de aperitivo?
La bolita negra se encogió de hombros.
—Me caí.
—Pero… ¿Tú no eres una aceituna?
La bolita negra volvió a encogerse de hombros.
—Era una cereza roja.

viernes, 27 de mayo de 2011

A las ocho

Se fumaba un malboro sentado frente al televisor apagado. Desnudo. Las cortinas del balcón abiertas. La lluvia sacudía los cristales del ventanal. Aspiraba el cigarro. La llama amarilla recorría buen trozo del papel blanco dejando atrás una estela de ceniza. Otra calada. Sonó el timbre. Se puso la colilla en la boca y se levantó del sillón. Abrió la puerta. Apareció ella, vestido de botones, pelo negro y labios pintados. Llevaba una bolsa de compra repleta de naranjas. Entró. El hombre desnudo cerró. Ella saludó con un hola sin soltar la bolsa. La primera bofetada la tiró al suelo. Las naranjas salieron rodando por el pasillo. Sin soltar la colilla de la boca, la agarró del pelo y la levantó. Ella soltó un gruñido y se llevó las manos a la cabeza. No la soltó cuando acercó su cara a la de él. Muy cerca. La colilla se manchó de pintalabios.
     Puta — le dijo él tirándola de nuevo al suelo.
Ella se quedó arrugada en un rincón. El hombre desnudo tiró la colilla al suelo y le gritó al mismo tiempo que le daba una patada:
     Te gusta que te miren, ¿eh, Puta? — Y le dio dos patadas más.
Ella muda. Se abrazaba a su abdomen.
     Pues te van a mirar bien. Ya lo creo que sí.
Y se le puso dura. La volvió a levantar agarrándola del pelo y le arrancó el vestido de botones en un solo movimiento. No llevaba ropa interior. Ella comenzó a temblar.
     Te van a mirar muy bien, Putita…
Le clavó los cinco dedos en el brazo izquierdo y la arrastró hacia el ventanal del balcón empapado de lluvia. Abrió y la empujó al exterior. Cerró. Ella se quedó al otro lado de los cristales, temblando y con las gotas de lluvia mojando su cuerpo desnudo. Él cogió una silla y se sentó frente a ella. Se encendió otro malboro mirándola fijamente cómo golpeaba los cristales con los puños, pataleaba, los chillidos  quedaban amortiguados. Succionó una calada, se agarró la erección y empezó a meneársela. Cuanto más gritaba ella, él más se excitaba.
     Sigue gritando, Puta.
Y se corrió. Y salpicó el suelo.
Ella se quedó muy quieta. Él se levantó de la silla, tiró la colilla y fue a abrir el balcón. La dejó entrar. Ella fue a recoger su vestido.
     No te preocupes — dijo él. — Ya lo recojo yo.
Ella asintió y se puso el vestido de botones. El hombre desnudo buscó en su cartera un par de billetes. Se los dio.
     ¿Vendrás mañana? — Le preguntó.
     ¿Qué quieres que lleve puesto?
     Un vestido de concubina y una caja de herramientas.
     Te costará el doble.
     Ven a las ocho.
Y ella se fue. Y al salir le dio una patada a una naranja.

jueves, 26 de mayo de 2011

Bienvenidos

Mi pequeño cajón está lleno de cuchillas de afeitar y algodones sucios de maquillaje. Será en este cajón donde me desnude cada día. Desdoblaré mi alma para escribir lo que mi mente perversa maquina y lo que mi boca discreta calla. Al fin y al cabo, ¿no es eso la literatura? El mundo paralelo del alma más oscura que solo toma rienda suelta cuando está delante de un papel. Es así cómo nos fusionamos con la literatura, es así que dejamos que nos impregne con el salitre de la mentira. Porque a caso, la literatura no es más que una farsa que nos lleva en espiral hasta dimensiones imaginarias capaces de secuestrarte bajo su yugo y solo puedes escapar cuando has llegado al punto y final de la historia. Entonces, sí, cierras el libro y tienes la sensación de estar muy cansado. Sí, te pesan las piernas… y es que has recorrido muchas millas desde la silla donde estabas leyendo. Ésa es la verdadera literatura, la buena literatura. La que te hace reír, llorar, padecer… por la que sientes el dolor del personaje como si fuera tuyo. Su corazón es tu corazón y llegan a latir al unísono mientras pasas las páginas y devoras párrafos en negrita. Eso es disfrutar de la literatura. Saborearla en estado puro. No vale que te divierta un rato como un niño que juega con su juguete nuevo, luego se cansa de él y lo deja en el baúl de los trastos viejos.
Y eso es lo que yo pretendo… abriros mi cajón de los trastos viejos, convertirlos en literatura. Striptease de palabras. Quiero que os cortéis con las cuchillas, que sangréis… que padezcáis conmigo la fatalidad de mi alma más oscura. Desnuda, a fin de cuentas. Que maquillemos la realidad y podamos distorsionarla a nuestro antojo. Que juguemos con los juguetes nuevos y no nos cansemos de ellos. Espero poder divertirme y sufrir al cincuenta por ciento. Así se disfruta la verdadera esencia de la literatura… Espero poder compartirlo con todos aquellos que estén de acuerdo conmigo. Señoras y señores… sean bienvenidos a mi cajón de las cuchillas usadas y algodones sucios… Señoras y señores… atrévanse a desnudarse.