viernes, 27 de mayo de 2011

A las ocho

Se fumaba un malboro sentado frente al televisor apagado. Desnudo. Las cortinas del balcón abiertas. La lluvia sacudía los cristales del ventanal. Aspiraba el cigarro. La llama amarilla recorría buen trozo del papel blanco dejando atrás una estela de ceniza. Otra calada. Sonó el timbre. Se puso la colilla en la boca y se levantó del sillón. Abrió la puerta. Apareció ella, vestido de botones, pelo negro y labios pintados. Llevaba una bolsa de compra repleta de naranjas. Entró. El hombre desnudo cerró. Ella saludó con un hola sin soltar la bolsa. La primera bofetada la tiró al suelo. Las naranjas salieron rodando por el pasillo. Sin soltar la colilla de la boca, la agarró del pelo y la levantó. Ella soltó un gruñido y se llevó las manos a la cabeza. No la soltó cuando acercó su cara a la de él. Muy cerca. La colilla se manchó de pintalabios.
     Puta — le dijo él tirándola de nuevo al suelo.
Ella se quedó arrugada en un rincón. El hombre desnudo tiró la colilla al suelo y le gritó al mismo tiempo que le daba una patada:
     Te gusta que te miren, ¿eh, Puta? — Y le dio dos patadas más.
Ella muda. Se abrazaba a su abdomen.
     Pues te van a mirar bien. Ya lo creo que sí.
Y se le puso dura. La volvió a levantar agarrándola del pelo y le arrancó el vestido de botones en un solo movimiento. No llevaba ropa interior. Ella comenzó a temblar.
     Te van a mirar muy bien, Putita…
Le clavó los cinco dedos en el brazo izquierdo y la arrastró hacia el ventanal del balcón empapado de lluvia. Abrió y la empujó al exterior. Cerró. Ella se quedó al otro lado de los cristales, temblando y con las gotas de lluvia mojando su cuerpo desnudo. Él cogió una silla y se sentó frente a ella. Se encendió otro malboro mirándola fijamente cómo golpeaba los cristales con los puños, pataleaba, los chillidos  quedaban amortiguados. Succionó una calada, se agarró la erección y empezó a meneársela. Cuanto más gritaba ella, él más se excitaba.
     Sigue gritando, Puta.
Y se corrió. Y salpicó el suelo.
Ella se quedó muy quieta. Él se levantó de la silla, tiró la colilla y fue a abrir el balcón. La dejó entrar. Ella fue a recoger su vestido.
     No te preocupes — dijo él. — Ya lo recojo yo.
Ella asintió y se puso el vestido de botones. El hombre desnudo buscó en su cartera un par de billetes. Se los dio.
     ¿Vendrás mañana? — Le preguntó.
     ¿Qué quieres que lleve puesto?
     Un vestido de concubina y una caja de herramientas.
     Te costará el doble.
     Ven a las ocho.
Y ella se fue. Y al salir le dio una patada a una naranja.

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