martes, 4 de diciembre de 2012

Inquebrantable


La última bofetada sonó hueca y salpicó un poco más allá de la marca que mis narices habían manchado en la pared. Me tendió un pañuelo de su bolsillo lleno de mocos y me exigió que lo limpiara, pero no me dijo que me quitara la sangre de la boca que me resbalaba por las fosas nasales y brotaba de mis dientes. Le miré sin pestañear, agarré su maloliente pañuelo y froté la pared empapando la sangre como una esponja. Mi padre carraspeó y se ajustó el cinturón sobre la bragueta antes de dejarme sola. Lo limpié pero siempre quedó una sombra rosácea como prueba del delito. Que todavía me mira cuando voy a casa a cambiarle los pañales.
Los platos volaban cuando al huevo le faltaba sal o las patatas estaban demasiado hechas. Le gustaba la carne con un puntito de sangre en el filete porque decía que le recordaba a mis narices. Ahora le recuerdo yo las trayectorias de esos ovnis flotantes que se estrellaban contra los muebles u otras veces en mi espalda, una vez fue en el costado y dormí con una fractura en la costilla que me pinchaba al respirar. Es gracioso ver cómo en los filetes se va extinguiendo la sangre y las fosas nasales se quedan secas sin más líquido que soltar, ni mocos ni lágrimas ni glóbulos rojos. Le recuerdo todo eso callada, con el sonido sordo que hace al sorber el sopicaldo soso y sin colorante que le toca para comer y que muy pacientemente voy acercando a su boca. Me veo tentada a darle un pañuelo sucio para que se limpie los churretes de sopa. Pero en lugar de eso, extiendo una moderna servilleta de papel absorbente de verdad. Supongo que la tecnología quiso esperar a relucir para que yo tuviera una mancha rosácea a la que mirar cada vez que entraba en casa.
Aprendí a convivir con ello cuando me acostumbré al tamaño de mis muslos. Cuando ya dejó de pincharme el costado cada vez que respiraba. Cuando de mis dientes ya no brotaba más sangre. Pero que no se confunda porque voy a verle y le lavo el culo. No quiero que piense que todo aquello se olvidó. Porque he de confesar que todavía me recorre un escalofrío cuando la mancha en la pared me mira. Respiro hondo y surge el pinchazo en la costilla derecha. Me acerco a su cama para arroparle después de su sopa aguachirle y sus pañales secos, le pongo la sábana bien ajustada al cuello y le miro sin pestañear antes de cerrar la puerta.  

1 comentario:

  1. Gran virtud tener presente la mirada de una mancha y obrar con el corazón.

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