jueves, 26 de abril de 2012

La forjadora de almas

Había oído hablar de ella. Algo así como un rumor que se extiende como una pandemia. Historias de tierras prometidas y luchadores valientes sin armadura. Quise ir a conocerla. Ver con mis propios ojos lo que allí se cocía y saborear en mi pellejo esas batallas campales. Descubrí que aquellos rumores se quedaban cortos. Y que detrás de sus muros, albergaban muchas más emociones que en un parque temático y que bajo su yugo, se escondían guerras  no aptas para cualquier luchador. Había que tener el corazón bien duro a prueba de minas anti persona. Una tolerancia infinita y permeable para ser capaz de absorber cada diminuto detalle. Ella te va dando las pistas y tú debes ir cogiendo e hilvanando. Adhiriéndolas  a tu cuerpo. Tonto de aquel que pierda una por el camino. No es fácil. Cuando se abren sus puertas entras ansioso como un torrente de agua recién liberado de una presa reventada que destruye todo aquello que encuentra a su paso. Te crees un elefante solitario en estampida. Ella deja que pases con tu furia de traga bolas hasta que, poco a poco, te amansas y las aguas se quedan reducidas a meros charcos en los bordillos de las aceras. Es buena hospitalaria. Pero no nos confundamos. Es una pésima anfitriona. No se preocupa si tienes un trozo de pan que llevarte a la boca. No mira si te duele la cabeza. Forma parte de su juego. Le gusta jugar. Jugar a flagelarte mientras se relame viendo cómo vuelves a ponerte en pie y te aferras en darle cara. Pero ella es impasible y te da otro latigazo. No se cansa. Sonríe. Disfruta con los cardenales de tu piel, con los hilos de sangre dibujando tu frente. Sus buitres negros revolotean a la expectativa. Cabalgan en un aire gris y denso que puedes masticar y te pica los pulmones como metralla de acero.  Tú abres bien la boca para que entre hasta la última brizna. También es muy hermosa. Sinceramente te hipnotiza. Su luz. Sus árboles.  Sus entrañas, rincones oscuros que pueden dar placer. Placer que te desvirga de tus costumbres. Placer que te engancha como una droga dura que sabes que en el fondo te hace daño pero no puedes parar de ingerir. Hasta empacharte, hasta vomitar y volver a empezar. Deseas con fuerza subir a esa montaña rusa que te desinhibe de la verdadera realidad, de la escasez de tus recursos. Te das cuenta que eres un mosquito insignificante dentro de una burbuja de ámbar. Ya estás perdido. Aprietas más tu goma en el brazo para que el chute vaya más rápido a la vena. Esperas a que bombee y te relajas en tu respaldo. Te lava el cerebro con agua y jabón inculcándote nuevas ideas de las que creías aprendidas. Es ahí dónde te das cuenta de que todo lo que hablaban de ella se quedaba en volandas y que hay que tener un par de narices para sobrevivir bajo su ala. Que no es la tierra prometida y no crecen ajos en los buzones. Pero ya estás tan dopado que continuas jugando con ella como un autómata. Has cogido su rol, te ha sodomizado y, lamentablemente, te gusta. Sobre todo, porque conoces a otros como tú. Infinidad de ellos, que se mezclan en su laberinto imberbe de monumentos imposibles encaramados en estanterías de Ikea. Ellos te arropan y te ponen la pomada en la piel. Limpian tu frente con un paño blanco. Y se conectan a ti con una perfección casi simétrica de una pieza de puzle. Hay que tener cuidado, no todos son eslabones de apoyo. Algunos son trampas de ratón que ella pone en su juego. Y son los encargados de darte la hostia con el silicio. Pero los detectas rápido. Tu experiencia ya se ha agudizado hasta tener el olfato de un perro, tu ojo clínico se ha dilatado hasta las dimensiones del cataclismo de un tsunami. Y cada vez le es más difícil ponerte la zancadilla. Y tú cada vez saboreas mucho más sus oscuras entrañas. Te dejas envolver por su ruido de metro y trenes en las vías. Es el aullido del titán de hierro que te recuerda que están vivas. Notas como, poco a poco, necesitas menos chutes. Y paseas con la tranquilidad de un pajarito en primavera. Te regocijas al saber que has aprendido la lección y que ahora eres tú el pañuelo blanco para otros que todavía están arremolinando sus aguas por las calles. Es el momento en el que te deja tranquilo y ya no te flagela más. Porque le gusta la carne fresca. Tu alma ya está domada a su antojo y piensas como ella. Estás infectado de un virus de zombi que te mantendrá despierto para el resto de tu vida. Da igual dónde vayas y el tiempo que pase. Te pondrás la vacuna y podrás huir. Pero ya llevarás su nombre tatuado. Imborrable. Madrid.

2 comentarios:

  1. Nieves, quería pedirte permiso para compartir tu historia "café solo" en un evento organizado por el Comercio Justo de Elda con cuentos sobre el café. Por supuesto te daría todo el crédito. Es este jueves. Anda, dime que sí.
    Daniel

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  2. Lo sientoooo!! no lo he leído a tiempo... lo acabo de ver!!! si es que deberías haberme avisado por otros medios.. ando muy liada y tengo el blog abandonado... sorry!!! Claro que tienes mi autorización.. siempre es divertido y enorgullecedor compartir tus cosas con todas las personas posibles.. espero que puedas hacerlo en la siguiente tertulia.. ya me contarás!!! un besazo...

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