jueves, 26 de abril de 2012

Náufragos

Ni tú ni yo nos dimos cuenta de cuándo empezó a zozobrar nuestro barco. Ni tú ni yo supimos, jóvenes inexpertos, cómo hacer para achicar el agua. Ahí nos quedamos, como los músicos del Titánic, viendo cómo se hundía lo nuestro en las profundidades del hormigón mientras lo amenizábamos con los buenos modales. Nos quedamos a la deriva, sin saber muy bien dónde aferrarnos. Con olas como edificios de altas que se elevaban y se rizaban alejándonos cada vez más. Te perdí la pista. Las corrientes me llevaron hasta la isla del perdido. Donde tuve que aprender a encender fuego y cobijarme de la lluvia. Y pienso en ti. Imagino que estarás agarrado a alguna tabla salvavidas intentando hacer tierra en alguna parte. Quizá tengas frío. Hambre. Sueño. Quizá esa tabla se quede cada día más pequeña. Puede que tus brazos se cansen de nadar. No sé. Esto es una batalla salvaje al no poder saber de ti. Me entretengo con los babuinos pelirrojos  y culo negro. Pero cuando duermen, subo hasta la cima del acantilado y obligo al viento que me haga recordar. Le pregunto por ti. Me quedo alerta a ver si me trae algún sonido tuyo. Alguna llamada perdida. Una señal. Mantengo el fuego encendido con la esperanza de que puedas ver su resplandor y sepas que sigo esperándote. El tiempo pasa, esto se está convirtiendo en la isla del olvido. Ya no me acuerdo de tu color favorito. El viento cada vez sopla menos en lo alto del acantilado. Está cansado de mis preguntas. Quiere borrar nuestro rastro. Me ha dicho que es lo mejor para los dos. Y me da pánico pensar que tu tabla pudo romperse, que llegaste a otra isla con marsupiales rosas. Que nuestro vínculo se esfumará para siempre. Es en ese momento, cuando pienso en las maniobras de salvamento que pude haber hecho durante el naufragio y no hice más que tocar mi violín del orgullo. Estoy en un punto en el que no te reprocharé si tú también tocaste el chelo. Ni tú ni yo supimos hacer las cosas. Y está claro que ni siquiera somos buenos músicos. Nuestros labios se agrietaron, pero los míos aún pueden besar. Los babuinos han asado pescado en las llamas y me invitan al festín. Me siento junto a ellos y tomo mi pieza. Y mientras mastico, oteo el horizonte con la esperanza de que las corrientes traigan a un náufrago a la playa.

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