domingo, 4 de septiembre de 2011

Zumo de naranja para regar los geranios

Me liaba un canuto mientras escuchaba follar a mi compañera de piso. Pasé la lengua por el papel y sellé el cigarrito con sumo cuidado dejándolo en un cilindro perfecto. Fui a la nevera y me serví un vaso de zumo de naranja para acompañar al canuto. Salí al balcón para encenderlo y aspirar a gusto sentado en la sillita junto a mis plantas de maría y los geranios de la compañera. Todavía podía escuchar los golpes del cabecero a cada embestida. Di al zumo un buen trago y noté cómo me apretaba la bragueta en el pantalón. Aspiré humo y me quedé observando los geranios. Estaban pansidos  y las flores arrugadas. Sabía que era porque les echaba las colillas de mis porros. Pero lo continuaba haciendo. Los golpes en el cabecero siguieron un buen rato más. Yo fumaba y echaba las cenizas a los geranios.
La compañera salió al balcón envuelta en una toalla de playa. Seguro que, por debajo, iría desnuda. Y me vinieron a la cabeza los golpes del cabecero y la imagen de ella dejándose embestir por aquel tipo. Ahí, sí me puse cachondo de verdad y mojé mis calzoncillos. Me saludó. Le ofrecí una calada. No quiso. Se sentó a mi lado en la otra sillita del balcón y se quedó mirando al vacío por encima de la barandilla del balcón.
— ¿Hice mucho ruido? — Me preguntó.
—El de siempre.
Asintió en silencio y dirigió su vista a sus geranios.
—Están pansidos. ¿Cómo es que tus plantas de maría están tan verdes?
Me encogí de hombros.
—Será porque las riego con zumo de naranja.
Ella me miró y se echó a reír como una loca.
—Venga ya… —Me dijo. — Déjate de rollos. Tú todo lo arreglas con zumo de naranja.
—Y con porros.
—Pues, estarían mejor si no les echaras sus cenizas.
—No tengo culpa que tu cabecero de la cama suene cada dos por tres.
Apuré mi vaso de zumo y fumé la última calada del canuto.
—Me voy a la ducha.
Y se levantó de la silla de un salto y se perdió por el salón camino al cuarto de baño.
—Yo voy a ver si exprimo naranjas y escribo algo para mi artículo.
—Naranjas, naranjas… ¿No tienes otra cosa en la cabeza? — Me gritó desde el baño.
Me senté delante del ordenador y dejé el cursor parpadeando un ratito sobre el fondo blanco de la pantalla. Esperé a que el zumo y el canuto hicieran sus efectos y comencé a escribir. Mi compañera salió del baño envuelta en otra toalla y se encerró en su habitación.
Los golpes en el cabecero se distanciaron de una vez a otra hasta desaparecer completamente. No le quise preguntar. Yo les echaba menos ceniza a sus geranios pero continuaban pansidos y con las flores arrugadas. Una tarde, me senté en mi sillita del balcón a fumar y a tomarme un zumo. Observaba mis plantas de maría. Ella salió (esta vez, no llevaba toalla, solo vestido de tirantes y sin sujetador. Me volví a poner cachondo) y se sentó a mi lado en su silla.
—Siguen pansidos.
—No culpes a mi ceniza por ello.
—Creo que tienes razón, no estaba regándolos con el zumo adecuado.
— ¿A qué te refieres?
—A que he encontrado mi zumo de naranja. A eso.
— ¿Te vas a vivir con el pibe del cabecero?
Se echó a reír con su carcajada estridente.
—No. Me voy sola.
— ¿Dónde y por qué?
—Pareces mi madre.
—Intento entenderte.
—Mi vida es una mierda.
— ¿No será por vivir conmigo? Puedo cuidar de tus geranios, si quieres.
Volvió a echarse a reír.
—Pásame una calada.
Se la pasé. Y saqué al balcón el break de zumo de naranja y lié un par de canutos más. Fue una despedida cojonuda.
Ella se marchó y se llevó consigo sus geranios con la promesa de reanimarlos con zumo de naranja. La casa se quedó en silencio y el cabecero mudo. Me compré un cenicero y lo apoyé sobre el asiento de su silla del balcón. Lo llené de colillas. Hice una montaña de piticos de canuto que llegaban a desbordarse sobre el asiento de la silla. No me molesté en limpiarlo. Me liaba canutos y bebía zumo observando a mis plantas de maría que desde que eran las reinas del balcón, ya no estaban tan verdes y lustrosas.
Tocaron al timbre. No esperaba nadie y no pensé en levantarme de mi sillita para abrir. Pero insistían demasiado y me levanté. Abrí. Me encontré con un tío buscando a mi compañera.
—Ya no vive aquí — le dije.
El tío puso cara de circunstancia y arrugó el morro como si la culpa fuera mía.
— ¿No sabes dónde se ha ido?
—No — mentí.
—Bueno, es que yo…
 Bajó su mirada al suelo. Me imaginé al tío dándole las embestidas sobre el cabecero de la cama, agarrándola el pelo, azotándole el culo… Cogí mi chaqueta y salí sin reparar en el tipo que tenía en el umbral de mi casa. Le di con el hombro para que se apartara y me dejara pasar.
— ¿Dónde vas? — Me preguntó con voz de bobo.
Me giré un instante para responderle:
—A por zumo de naranja.




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