domingo, 4 de septiembre de 2011

Bisutería con espinas

Hannah estaba tumbada boca abajo en la cama con las rodillas flexionadas apuntando con los pies al techo. Los meneaba en un patalear suave y rítmico a la vez que pasaba hojas de la revista que miraba sin leer. Escuchaba a su marido golpear la cuchilla de afeitar sobre el lavabo. Hacía crujir las páginas de la revista. Hannah se aburría. Soltó un soplido, dejó la revista y se tumbó boca arriba.
— ¿Tienes algo pensado por mi cumpleaños? — Preguntó Hannah de repente.
Notó cómo elevó su tono de voz para hacerse oír sobre los golpes frenéticos de la cuchilla de afeitar.
Los golpes pararon por un instante. Hannah continuó tumbada boca arriba. Y vio asomarse a su marido a través de la puerta del cuarto de baño, con la cara llena de espuma de afeitar.
—Tendremos que posponerlo para otro fin de semana. Sabes que coincide con la cena del comité extranjero.
Hannah se quejó como una niña pequeña.
—Y ¿me vas a dejar sola?
Volvió a esconder la cabeza para seguir golpeando el lavabo con la cuchilla. Hannah se levantó de la cama y le siguió hasta quedarse apoyada en la puerta del baño. Su marido la miró mientras se pasaba la cuchilla por la nuez de la garganta.
—Si quieres, puedes venir conmigo.
— ¿Me vas a hacer estar en una cena aburrida con tus jefes el día de mi cumpleaños?
—No puedo hacer otra cosa.
Hannah observó cómo se enjugaba la cara y se quitaba los restos de espuma.
— ¿Hay que ir de etiqueta?
—Me temo que sí.
Hannah arrugó el morro.
—Te compensaré ¿de acuerdo?
A Hannah se le iluminó la cara.
— ¿En serio?
Salió del baño con la cara limpia y se fue al dormitorio para ponerse la camisa.
—En serio. Me voy. Ya llego tarde.
Se ajustó el nudo de la corbata. Y cogió su maletín.
Hannah se quedó sola. Y reparó en la revista que había dejado tirada sobre la cama. Decidió que tenía muchas revistas inútiles por casa. Y comenzó a recogerlas. Cogió las que había sobre la mesa, las que tenían en el baño. Poco a poco la pila de revistas crecía sobre la cama. Buscó por los cajones. Encontró un par de números pasados de revistas masculinas  que decidió no tocar. Entre aquel barullo de papel impreso, Hannah encontró una caja en el cajón de la mesilla de su marido. Era una cajita nueva y bien sellada. No pudo evitar sacarla para examinarla. Era la primera vez que la veía sobre los calzoncillos de su marido. Forzó la caja suavemente con miedo de estropearla,  pero la caja se abrió sin problema. Hannah se tapó la boca con la mano para ahogar un grito cuando descubrió lo que había dentro de aquella caja extraplana. Hannah recuperó el aliento y sacó el collar de tres diamantes cortados en forma de estrella. Dejó la cajita sobre le colchón y acarició los diamantes con la delicadeza de una pluma.
—Mi regalo de cumpleaños… — Exclamó en voz alta.
Se lo probó y se remiró muchas veces en el espejo. Le quedaba perfecto. Desde luego, que ese collar compensaba muy bien la cena con el comité extranjero. Lo guardó con sumo cuidado y lo dejó como estaba. Hannah disimuló su hallazgo. Y esperó a que llegara su cumpleaños.
         Hannah se preparaba para la cena con el comité mientras esperaba que llegara su marido a casa para recogerla. Espió una última vez el cajón de la mesilla para comprobar el estado de la caja. Ya no estaba. Hannah sintió un pinchazo en el estómago.
— ¿Dónde está?
Hannah resolvió que quizá su marido se lo llevó para dárselo durante la cena como broche final a la sorpresa. Y pensar en eso puso más nerviosa a Hannah. Se ajustó el vestido y disimuló cuando su marido llegó a casa.
—Feliz cumpleaños, ¿estás lista, cariño?
—Claro, justo a tiempo.
Su marido sonrió.
—Pues démonos prisa o llegaremos tarde.
—Y ¿mi beso? — Reclamó Hannah.
Su marido le dio un beso.
—Y tu regalo, ya se me olvidaba…
Hannah sentía que se le iba el corazón por la garganta.
— ¿Tengo regalito?
—Por supuesto.
Y su marido le entregó una caja que no era extraplana. Hannah dudó al cogerla.
—Vamos ábrela. Te gustará.
Pero a Hannah no le gustó. Dentro había unos pendientes de plata.
—Qué bonitos —dijo.
—Creo que van perfectos con tu vestido. Estás radiante, cariño.
—Gracias.
Hannah subió al coche con la sensación que se había puesto pesas en las orejas. Hannah no abrió la boca en todo el trayecto.
La cena de etiqueta con el comité extranjero comenzó con saludos cordiales y besos en mejillas despegadas. Hannah ya les conocía. Tomó asiento en la mesa redonda y descubrió una silla vacía.
—Es de Clara, la nueva técnico de las campañas —le explicó su marido.
—No tan nueva, lleva con nosotros más de seis meses —intervino el jefe del comité.
Hannah asentía y ponía buena cara. Y los pendientes pesando en sus orejas.
Llegó Clara, la nueva técnico de las campañas y tomó asiento en la silla libre justo enfrente de Hannah. Hannah la observó. Era guapa y tenía pinta de ser una de esas mujeres competentes y de lencería sexy. El tono exacto de su voz, los saludos perfectos con la justa medida de los labios al sonreír. Era precisa hasta para desdoblar la servilleta  y  ponerla en su falda. Entonces, Hannah dirigió la vista a su cuello. Y las pesas de las orejas se convirtieron en cactus.
—Qué bonito collar —señaló Hannah.
Clara se tocó el cuello ruborizada.
— ¿Te gusta?
— Brilla.
—Es un regalo.
Hannah se arrancó los pendientes y los dejó sobre la mesa. Se levantó y salió corriendo a través del salón.
— ¿Dónde vas? —Oyó gritar a su marido.
Hannah se giró y dijo:
—Olvidé tirar las revistas al reciclaje.

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