domingo, 18 de septiembre de 2011

Ceniza en el pelo

Estoy escribiendo con el abrigo puesto. Todavía tengo las manos manchadas de sangre. Me tiembla tanto el pulso que no hago más que garabatos en el papel. ¡Dios! He atropellado a un niño esta tarde. No le vi. Ni siquiera vi pasar la puñetera pelota. Me distraje mirándome el flequillo en el retrovisor. Joder. Sentí un fuerte impacto. Frené de golpe. Me quedé paralizada dentro del coche con las manos agarrotadas al volante. La gente comenzó a formar un círculo curioso alrededor. Reaccioné. Bajé del coche y vi al niño tirado en el asfalto. Inmóvil. Cubierto de sangre. Me agaché a su lado y le tomé el pulso. No se lo encontré. Las ambulancias se lo llevaron. Fui con él y no solté su mano hasta que apareció su mamá. ¿Por qué narices tuve que mirarme en el espejo para tocarme el flequillo?
Cierro los ojos y veo a ese niño tirado en la carretera. Cubierto de sangre. Tengo el impacto metido en la sien. El frenazo chirría bajo mis uñas. La puñetera pelota deslizándose calle abajo. Estoy esperando que me llamen del hospital. Me irán informando sobre su estado. Pero, ya lo sé. Está sentado aquí conmigo. Me mira mientras escribo mis garabatos en el papel. Sus ojos están muy abiertos. Sin expresión. Solo me mira. Tan tranquilo. Tengo zumbidos en los oídos de tanto escuchar frenazos y huesos fracturándose bajo el coche. Se ha levantado. Lo siento respirar muy cerca de mi nuca.
Voy a preparar la bañera. Me cortaré las venas y me sumergiré dentro. Dejaré que el agua se torne roja. Tan roja que espese. Está decidido. En cuanto termine de escribir estas líneas, me encerraré con pestillo y dejaré al niño fuera. No quiero que me vea hacerlo. Suena el teléfono. En la pantalla del móvil dice que es del hospital. No pienso contestar. Voy a terminar de escribir. Unos deditos me han acariciado el pelo y me han colocado el flequillo. El teléfono sigue sonando. Se marcha. Me deja sola para que vaya al baño. En fin, ya voy.

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