martes, 13 de septiembre de 2011

Jaime

Jaime llegó a casa con el flequillo pegado a la frente, las manos frías y taquicardia en el pecho. Le recibió el ronroneo rutinario del frigorífico. Saludó un hola en general y nadie contestó. Jaime estaba solo. Se apoyó en la encimera de la cocina y sacó del bolsillo del pantalón una cajita azul de joyería. La puso sobre el frío mármol. Se apartó el flequillo de la frente y bebió agua. Respiró hondo y notó cómo sus latidos se normalizaban en el pecho.
—Sonia, ¿quieres casarte conmigo?
Cogió la cajita azul y se la puso delante como si fuera Sonia. Y volvió a repetir:
—Sonia, vida mía. ¿Quieres casarte conmigo?
Entonces, se oyó la cerradura de la puerta. Sonia había llegado. A Jaime se le volvieron a disparar los latidos del corazón y por poco se le cae la cajita azul al suelo.
—Hola — saludó Sonia.
— ¿Qué tal?
Y Jaime salió corriendo de la cocina para recibir a Sonia y darle un beso. Pero Sonia se encerró en el baño y le dio con la puerta en las narices. El ronroneo del frigorífico fue sustituido por el sonido amorfo de la silk-epil. Jaime se apartó sigiloso de la puerta caminando hacia atrás y las palmas abiertas como si la policía le hubiera dicho alto.
—Habrá que esperar — susurró en voz alta.
Fue a la cocina y recuperó su cajita azul. La guardó de nuevo en el bolsillo del pantalón. Se quedó en el salón sentado a oscuras. Las  manos frías y el pecho apunto de estallar.
El sonido de la silk-epil terminó. Y a Jaime se le volvió a pegar el flequillo en la frente. Sonia salió del baño y se metió en el cuarto. Jaime la siguió.
— ¿Qué haces?
—Jaime, hijo… ¿Tú qué crees? Ponerme crema.
—Yo también me alegro de verte.
Sonia soltó una carcajada.
— ¿Serás melodramático?
— ¿Podemos hablar? Me gustaría decirte algo.
Y apretó la cajita azul en el bolsillo.
— ¿Tiene que ser ahora? Me tengo que ir.
— ¿Y eso? ¿A dónde?
— ¡Oh! Vienen a buscarme.
—Y ¿esa camiseta?
—Me la regaló Carlos.
— ¿Qué Carlos?
—Hijo, tu amigo Carlos.
—Entiendo.
— ¿Es muy importante eso que me tienes que decir?
—Bueno… — Dejó de apretar la cajita en el bolsillo. — Creo que podría esperar a esta noche.
Sonia soltó otra carcajada.
—Vale, pero no me esperes despierto… ¿Mejor mañana? ¿Desayuno?
—Eh…
Sonó un claxon en la calle.
— ¡Ah! Es para mí… Tengo que irme. Mañana hablamos, ¿vale?
Y Jaime notó el breve roce de los labios de Sonia en su mejilla. Y escuchó el portazo de la puerta. El ronroneo del frigorífico volvió a escucharse por toda la casa.
Jaime se asomó a la ventana y vio a Sonia vestida con la camiseta de su amigo Carlos. Se subió a un coche rojo. Como el de su amigo Carlos. Jaime se apartó de la ventana y fue a la cocina. Cogió un post it del cajón y escribió: “Aquí te dejo el desayuno”. Sacó la cajita azul del bolsillo del pantalón y la puso sobre la encimera. Luego pegó la nota al lado. Jaime fue al dormitorio y cogió cuatro cosas en una mochila. Salió a la calle con el flequillo despejado de la frente y las manos sosteniendo con fuerza la mochila a temperatura ambiente. Caminaba a paso ligero por la acera, pero seguía escuchando el ronroneo del frigorífico.

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