miércoles, 1 de junio de 2011

Tres

Y ahí estábamos los tres, sentados. Con los pies desnudos colgando por el acantilado. Charlie tenía la mandíbula apretada y miraba fijamente al rompeolas. Marilia, sentada entre Charlie y yo, envuelta en su pañuelo amarillo. Los miraba de reojo, fingiéndome el distraído. Estábamos en silencio. Solo las olas rompían abajo y el viento agitaba el pañuelo de Marilia.
Marilia se giró para mirarme y dijo:
— ¿Quién cuidará mis margaritas?
—Ya sabes que yo —respondí.
— ¿Quién le cambiará la tierra a Lizzy?
—Lo haré yo —intervino Charlie.
—Solo toma golosinas los domingos.
 Charlie apartó la mirada por primera vez del rompeolas. Marilia sonrió. Le puso una mano en el hombro. Charlie volvió a apretar la mandíbula.
— ¿Estás segura? —pregunté.
Marilia asintió y dijo:
—Te dejaría a ti a Lizzy, pero…
—Mi alergia.
—Sí. Con las margaritas tendrás suficiente.
—Prometo no deshojarlas.
Me acarició la cara y se lanzó al vacío. Su pañuelo se soltó y tardó diez segundos más que ella en caer. Me quedé mirando cómo la mancha amarilla se mecía sobre el rompeolas.
Charlie fue el primero en hablar:
— Tendré que ir a cambiarle la tierra a Lizzy.
—Las margaritas se riegan por las mañanas, ¿no?
—Eso creo.
El rompeolas se tragó el pañuelo. Charlie habló de nuevo.
—No me dijo qué tipo de golosinas eran.
—Bueno, yo tampoco le dije que la quería.


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