Almohadas
que luchan en una guerra sin oponentes. Princesas con las puntas
abiertas de tanto sacar sus melenas al balcón. Hadas madrinas con
baritas gastadas. Ranas sin querer ser príncipes y príncipes
queriendo ser ranas. Dudas al combinar dientes amarillos con corbatas
marrones. Fotos de carné envejeciendo frente al espejo.
Almohadas
que reposan torcidas sobre el colchón. Colchones con huellas
sudadas. Princesas despeinadas que se cortan la melena para irse al
río a departir con todas las ranas que se fuman las baritas de las
hadas madrinas. Descubro que ya no me sientan tan bien las corbatas
marrones y que mis dientes no son tan amarillos como anuncia mi foto
de carné. He ahí, cuando te amoldas en tu huella del colchón para
seguir sudando. Dejas que las plumas de las almohadas rotas te cubran
como un manto de polvo mágico, el último estornudo de las baritas.
Se te ocurre que, tal vez, sería divertido peinar a esas princesas
que se atreven a llorar con los mechones de pelo entre las manos.
Pero eso mejor después, ahora quieres dormir no sin antes fumarte un
último cigarrillo para ver si se amarillean algo más los dientes.
Dormir. Mejor desaparecer. Y mandas a fornicar a las ranas con las
hadas madrinas para que te dejen en paz. Para que dejen de
estornudar. Cierras los ojos y entiendes. Cierras los ojos y colorín
colorado...
No hay comentarios:
Publicar un comentario