Y
justo en el momento en el que estoy en el umbral del agujero negro de
mi nicho, en los albores de una muerte que ya me rozó los talones,
es cuando me doy cuenta de que la huella que creí dejar en la vida
fue absurda. Insignificante. Pequeña. Nula. Y es ahí, mientras
escucho sollozos falsos de plañideras del siglo XXI, cuando descubro
lo tonto que fui. Confesaré un secreto. Es mentira que, una vez
llegados a este punto, ves tu vida pasar delante de ti como en una
proyección de cine en la que tú estás en la gran pantalla como
protagonista principal. Ni está San Pedro pasando lista con un
bolígrafo bic. Nada de eso. Estás tú solo. Ante nadie, ante la
nada. Ante la cruel situación que todos los castillos que creías
tener plantados con sus fosos y sus fuertes se diluyen como arena
entre tus dedos. Tu recuerdo lo arrastra el viento hasta mezclarse
con el monzón margarita. Y luego, oyes unas risas que se confunden
con los truenos. Así es, por duro que parezca. Descubres que tu
existencia ha sido un grano de arroz en la paella, un espejismo
travieso en el desierto. Lo admito, apreté el gatillo del cañón
que me apuntaba a mí. No pude hacer otra cosa cuando lo adiviné a
las once menos cuarto. No me mires con esa cara de cordera. Sabes que
no tenía elección. No me juzgues ni me reproches, esto no es la
carta de un suicida. Te recuerdo que ya morí. La pólvora ya
envenenó los retazos de mi sangre que salpica ahora tu cama. Está
tronando, ya viene. El monzón trae las lluvias hasta anegar tus
ideas. Te nubla los sentidos para que no averigües sus espejismos.
Pero los muy putos sí te ponen pistolas en las manos, para tener más
risas con las que rajar el cielo. Y todo eso lo vi tarde, justo en el
momento en el que mi cuerpo lo engullirá un agujero de hormigón
dormido. Entonces, me pregunto por qué apreté el gatillo si los
espejismos vinieron después. No sé qué hacia en tu cama con una
pistola en la mano. Ni sé de dónde la saqué. Pero ahí estábamos
a las once menos cuarto. Y ¿qué habrías hecho tú en mi lugar? Lo
sé, no me mires con esa cara de cordera. Tus sollozos se mezclan con
los truenos de esta eterna noche. Sé lo que habrías hecho a pesar
de saberte derretida como una chocolatina al sol. Sé que tú, a las
once menos cuarto, habrías esperado el espejismo de menos diez.
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