Mis
pies están azules y me duelen la punta de los dedos. Camino descalza
sobre charcos cristalizados por la escarcha. Trozos de hojas secas
se me han pegado sobre las plantas y los quito con pulcritud. Quería
sentir el frío en carne viva, los calambres del delirio, la
humillación del auto castigo.
Unas
gotas de sangre han punteado los cristales del charco con perfectas
estrellas poliédricas. Rojas, muy rojas. El charco me sugiere la
fugaz imagen de un capricho flamenco. El suelo de un matarife. La
sangre todavía está caliente.
Descalza.
Los pies continúan azules y los dedos agarrotados. La sangre resbala
ya en chorros por mis manos. Me miro en el reflejo del charco. Por mi
boca sale un hálito blanco, condensado como vapor, pero sé que no
es eso. Deseo pisar la sangre que adorna los cristales del charco
para ver si se me calientan los pies. No puedo moverme. Es parte del
auto castigo.
La
sangre es tuya. Te arranqué el riñón porque me hacía falta. Falta
para vivir. Falta para quedarme tranquila y saber que te quedarás
conmigo y no te irás cuando el sol se esconda y yo aúlle a la luna
como una loba herida. Ahora es mío. Y lo guardaré bajo los charcos
cristalizados. Se congelará, se hará eterno y pisaré sobre él con
mis pies desnudos hasta que por mi boca no salga más neblina blanca.
Lo mantendré libre de hojas secas. Fue un mordisco limpio,
reconócelo. Quizá fuera porque todavía era de noche y otros
aullidos rajaban las colinas. No me oíste entrar, ni salir. Quizás
fuera porque iba descalza.
Excelente descripción de los pies como expresión del sufrimiento: el dolor físico es una figuración del dolor mental. Descalza, podría ser sensual, pero en este caso es una forma de despojo, de caída al abismo.
ResponderEliminarTotalmente en lo cierto, gracias por tu apreciación. Un beso.
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