lunes, 5 de marzo de 2012

Cama pequeña y cama grande

Llegó cansada a casa de su viaje. Él la esperaba con la cena preparada en la mesa y un par de velas. Ambientación. Ella dejó su maleta sin abrir en el cuarto y se saludaron con un abrazo. Él le olió el pelo y le dijo que la había echado de menos. Ella no dijo nada y se apartó del abrazo. Se sentaron en la mesa y sirvieron el vino. Él la miraba sin poder evitar sonreír. Ella meneaba el vino en la copa.
— ¿Qué tal el viaje?
Ella se encogió de hombros y añadió un simple bien.
Él sirvió la cena en los platos.
—Todo está precioso. No deberías haberte molestado.
—Quería darte la bienvenida. Te he echado de menos.
—Ya.
— ¿No comes?
Retiró el plato lleno. Se apagaron las velas de la mesa y se fueron al dormitorio. Se pusieron el pijama. Él se tumbó boca arriba sin dejar de mirarla. Ella se quedó sentada en el borde de la cama un poco más sin poder girarse para mirarle.
— ¿Ha pasado algo? Estás muy rara. ¿Encontraste bien a tu madre?
—Todo en orden.
—Estás rara.
—Me he follado a otro hombre —soltó de sopetón.
Él guardó las ganas de dar un puñetazo y en vez de un  grito revelador le salió un carraspeo pusilánime.
— ¿No vas a decirme nada?
—Y ¿qué quieres que diga?
—No sé. Lo normal en estos casos. Insultarme. Pegarme. Echarme de casa. Llamarme puta. También puedes romper algo.
—No soy de esos. Ya me conoces.
—Pues me sentiría mejor si lo hicieras.
Entonces fue cuando se atrevió a girarse para mirarle. Él continuaba boca arriba tumbado cual largo era sobre el edredón.
—No sé que se hace en estos casos, la verdad. Es la primera vez que me pasa.
—A mí también.
— ¿Quieres que te perdone o que lo dejemos?
—No lo sé. Esperaba que tú me lo dijeras.
Él resopló como quien piensa qué camisa irá mejor con esta corbata.
—Es un lio —dijo al fin.
— ¿Por qué?
—Muy fácil. No es el hecho de que hayas estado fornicando con otro. Es la confianza rota. La magia evaporada del respeto de nuestra relación. Si te perdono, que es lo que me apetecería, la desazón de poder pensar si lo habrás vuelto a hacer o no, me seguirá siempre como perro lazarillo. Y ya no sé si podría continuar mirarte con la misma cara a partir de ahora. Y eso no es bueno. Pero si por el contrario, monto en cólera y te pido que me dejes… No podría perdonarme el haber sido tan estricto y perder, por esa tontería, a la mujer de mi vida.
— ¿Qué hacemos entonces?
—Me iré a dormir al sofá esta noche.
Las luces se apagaron. Ella en el dormitorio y Él con una manta en el sofá.
No pegaron ojo.
Ella se acercó al sofá a tientas. Tocó un hombro.
— ¿Estás despierto?
—Claro.
— ¿Puedo dormir contigo? La cama es demasiado grande o yo me he convertido en algo muy pequeño.
Él soltó otro bufido como quien no encuentra la combinación exacta entre camisa y corbata. Luego añadió:
—Bueno, esta cama es pequeña… pero con tu nuevo tamaño cabrás sin problemas.
Ella se metió bajo la manta y Él la acurrucó sobre su hombro.

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