miércoles, 29 de febrero de 2012

Inciso

Se pintaba las uñas con la luz que entraba de la farola. Su piel recién duchada a las tres y treinta y tres de la mañana brillaba como el esmalte rojo bajo la tenue luz plata que entraba por el balcón abierto de calor veraniego. No tenía sueño y decidió hacerse un regalo. Terminó de pintarse las uñas y se quedó asomada al balcón desde dentro.
El teléfono sonó a las tres y treinta y siete. Ella no se extrañó. Ni hizo ningún gesto con la cara. Se miró las uñas rojas y las sopló un poquito como para secarlas más rápido. No se abalanzó sobre el teléfono trasnochador. Era como si hubiera estado sonando todo el día. Al cuarto timbrazo descolgó. Se puso el auricular en la oreja sin decir nada.
—Ya sé que no son horas pero… —Oyó una voz tímida y varonil al otro lado.
—Tranquilo —dijo ella mirándose el brillo de las uñas— Siempre es buena hora para decir te quiero.

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