miércoles, 29 de febrero de 2012

Febril

Y aquí estoy comiendo techo. Clara a mi lado, ardiendo como una falla. ¿Cuánto tiene? Treinta y nueve creo. Y me da no sé qué tocarla. Es que me apetece mucho echar un polvo. Podría insistirle un poco a ver si cede. Pero Clara no es Elisa. Elisa follaba hasta con gotero puesto si hacía falta. Qué tía. Una pena cuando lo dejamos. Clara parece un bistec a la brasa. Me llega el calor que desprende su cuerpo. Está de ladito, dándome la espalda. Suspirando y tiritando. Y yo aquí, muy cachondo. Encima voy y pienso en Elisa. Recuerdo la mamada que me pegó una vez. Estaba con la regla y le había subido la fiebre. Como se encontraba mal y no se sentía con fuerzas para trajinar, quiso compensarme y me la chupó de lo lindo. La mejor mamada de mi historia. Supera incluso al mejor de mi ranquin de polvos. Me dio mucho morbo notar esos labios punzantes de calor. Le latían como si tuviera un corazón en cada labio. Un toque extra que me era completamente nuevo. Estaban ligeramente más gruesos y me envolvían la polla con más confort. Y le ardían. Me encantó esa sensación térmica, era como follarse una vagina de verdad. Ya me estoy relamiendo al recordarlo. Se me pone más tiesa y no me atrevo tocar a Clara. Con Elisa ya estaríamos por el tercer polvo, seguro. Recuerdo cómo empezó a darme pequeños besos por mi abdomen, bajando poco a poco. Se me erizaba hasta la piel con aquellos labios suaves y calientes de fiebre. Me dio tres besos a lo largo de la polla antes de metérsela entera en la boca. Me la succionó de pronto. Sin avisar con aquella boca de dos corazones. Arriba y abajo. Abajo y arriba. Dios qué gusto. Me fui en seguida. Demasiado éxtasis para un calentón tan tonto como aquel. Clara sigue resoplando de ladito. Me niego a seguir comiendo techo. Me levanto y cojo el teléfono. Salgo al salón para conseguir intimidad y llamo a Elisa. Me dice que no puede quedar, que está mala con la regla y le ha subido la fiebre.  

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