Me
gustaría saber a qué estamos jugando. Me gustaría saber qué
sentimos y qué narices estamos haciendo. Pero claro, eso es mucho
pedir. Exigir demasiado, cuando ni yo misma puedo entenderlo. Ni
siquiera los rojos atardeceres ni la brisa en barandillas de balcón
me traen la explicación que busco.
Podría
valerme del viejo método del cubo de Rubik y justificarme con su
mezcla de colores. Naranjas entrometidos y verdes con corbata. Pero
sería caer en lo fácil. En lo banal. Y no sería justo. No. Seamos
francos y pongámonos serios. Que esto es un berenjenal como el del
perro del hortelano. La vieja historia de las caras de la moneda que
viven juntas y están condenadas a no verse nunca. Así estamos
nosotros, reconócelo. No sabemos si morder o rugir. Por no gritar y
por no besarnos. Porque si gritamos nos alejamos y si nos besamos nos
unimos y eso también es peligroso. No nos conviene. No queremos. No
puede ser. Aunque nos prometamos la luna mientras retozamos y
lloremos como niños sin caramelo ante el abrazo de la despedida. En
fin, que alguien venga y me lo explique por favor. Porque ya no puedo
más. Porque me da igual si me toca morder o rugir, siempre y cuando
lo hagamos a la vez. Qué más da el intercambio de papeles. Si lo
que importa es lo importante.
No
tocaré el cubo de Rubik. Ya te dije que no caería en los argumentos
baratos. Pero es que estoy en blanco y negro sin ti y me pixelo si
estoy contigo.
No
te entiendo, o mejor aún, no quiero entenderte. Me da miedo admitir
lo evidente. Solo yo mantengo el Rubik desordenado. Ups, perdón,
otra vez que lo dije. No lo puedo remediar. Me gustaría saber tantas
cosas que sé.
Me
dan ganas de morderte para que espabiles y caigas en la cuenta de que
podemos ser felices si hacemos empresa juntos. De que rugiendo a la
vez desde el acantilado, nuestro eco será más fuerte. Me gustaría
decirte esto y más. Me gustaría que me entendieras y que a ti no te
diera miedo aceptar lo evidente. Pero, ah!, se me olvida que es
nuestro juego de hacernos daño mezclando verbos con colores. El
juego de hacernos los interesantes mientras nos adornamos de orgullo
y dejamos las agallas en polveras de narices pálidas. A fin de
cuentas será, porque nos gusta alargar la agonía. Y sentirnos
mártires de nuestras propias decisiones. De tensar la cuerda que
sujeta nuestras cinturas.
Te
cuento esto porque necesitaba rugirte a la cara el error que estamos
viviendo. No tengo otra manera de propagar mi eco por la barandilla
del balcón. Y, ojalá, te muerda un poquito.
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