miércoles, 26 de septiembre de 2012

La mula del placer


¿Te gusta cómo te como el coño?
Y Noah sonrió mientras se ahorraba la verdadera respuesta de decirle que, en realidad, no le gusta que le coman el coño. Solo una persona es capaz de empaparla bien hasta hacerla chorrear por los muslos, hasta llegar al orgasmo más profundo que la parte en dos desde el ombligo y le produce cosquillas cuando los calambres se van.
El fulano siguió con la lengua ahí muy orgulloso de su trabajo. No se había quitado ni las gafas. Con las manos libres, le apretujaba las tetas como si fueran estropajos de fregar. Noah estirada sobre la cama y las piernas abiertas, se dejaba hacer. Callada. Con la montura de pasta clavándose en sus ingles. El fulano disfrutaba de su cuerpo como un lobo devora a su presa recién capturada.
Te gusta, ah!
Noah se retorció un poquito. Llevándose las manos al pelo para agitarse la melena. Esa melena negra y rizada cayendo en cascada de azabache sobre la espalda. Esa perfecta crin que a tantos hombres enloquecía. El fetiche de todo aquel que montaba.
El fulano dejó de comer y subió dando mordiscos a lo largo del monte de venus, la línea alba. Hurgó la lengua en el ombligo y saltó a los pezones.
Me encantan tus tetas.
Se incorporó y se bajó los calzoncillos.
Mira qué pedazo de polla te espera, nena.
Noah sonrió y se guardó la opinión. Cómo decirle que hacía unas horas, justo en el desayuno de ese mismo día, se había follado una polla de verdad. Una verga larga y gorda con una curva en la punta. Se relamió pensando en esa polla que por desgracia no era la misma que la del portador de la boca prodigiosa. Mientras el fulano la ponía de patas para arriba para hincarla, a Noah le vino a la cabeza la lista de hombres (y una mujer) que habían pasado por su cama. La infinidad de posturas que había hecho y la de lugares en los que se había corrido. Y en todos y en cada uno de esos recuerdos, descubrió el mismo sentimiento de trozo de carne que en ese momento la penetraba con embestidas rápidas y sudorosas. Carne de gafas empañadas. Noah se supo como una mula. Esa mula que monta en carros y le descargan las alforjas encima. Descargas de líquido blanco y pegajoso. Olor salado que desemboca en un placer de círculo labial. No pudo evitar reír al compararse así misma con una mula. Una curiosa y paradójica mula de descarga. Se lo explicaría al fulano, pero estaba demasiado entusiasmado en su traqueteo de rompe huevos. Los notaba golpear en sus labios internos como badajos diminutos y blandos. Se la estaba metiendo bien adentro.
Te gusta mi polla, ah!
Noah de patas para arriba, apoyada en los hombros del fulano, soltó un gemido. Le caían las gotas de sudor de él.
Déjame a mí encima.
Noah se montó sobre él como buena mula obediente. Y se meneó, saltó, jugó con su polla a que entrara y saliera despacio. A que entrara la punta o su coño la engullera entera. El fulano resoplaba y le azotaba el culo. Se mordía los labios. Las gafas se le llenaron de gotas de sudor y se las quitó tirándolas sobre la almohada.
Qué culo tienes, nena. Quiero que me pegue en las pelotas.
Noah cambió de táctica para complacer a su jinete. Sentó al fulano sobre el borde la cama y ella se sentó de espaldas a él con su culito pegado a las pelotas hasta que sus vellos rizados le hicieran cosquillas en la vagina. Y volvió a cabalgar sobre él con la pelvis y el abdomen contraídos para meneárselo bien. Fue consciente de que se lo estaba follando con toda su rabia. Con la boca apretada y sin gemir. Porque no solo se tiraba al fulano. Jodía con toda su lista de trozos de carne. A todos y cada uno de esa carne empanada que la hacían abrirse de piernas. Había olvidado lo que era sentir erizarse la piel al correrse. El punto exacto de saber cuando viene el frío después del fogonazo del orgasmo. Los temblores de gata que le daban al continuar con la polla dentro, dejando que sus muslos se licuasen. El pegar un grito como dios manda. Sentía rabia por la falta grave de su memoria de dejar irse el recuerdo de la última vez que hizo el amor.
Qué salvaje, nena.
Y Noah continuó dándole con el coño seco pero bien abierto por la costumbre. El trabajo de mula aprendido a fuego.
El fulano le abría el ojete a la vez que amasaba sus nalgas y enredaba su melena entre los dedos que le quedaban libres. Noah no podía verle relamerse, pero sí notaba el dedo pulgar queriendo darse paso adentro.
Joder, nena. Me vas a matar, ah!
Noah soltó un bufido y anotó otro tanto silencioso a las miles de veces que oía las mismas palabras entre sus jinetes empanados. Era buena follando. Lo sabía. Y se aprovechaba de su virtud para castigar a sus capataces que querían descargar en ella. Era una mula actuando a piñón fijo. Con las ojeras colocadas sobre las sienes. Una mula que ya ni siquiera necesitaba la zanahoria para caminar.
Me voy a correr,nena.
Noah casi respiró de alivio.
Venga, pequeño, hazlo.
El fulano descargó. Alforjas vacías. Soltó un relincho que a Noah le pareció más bien un rebuzno de perro. Iba chorreando sudor. Noah se indignó. No entendía por qué tanta transpiración, si había hecho ella todo el trabajo. Se calló y le dio un pico breve como un gesto mecánico de cariño.
Ha sido increíble, nena. Te gustó, ah!
Y buscó sus gafas sobre la almohada.
Noah le tendió una toalla. Para qué responderle. Para qué contarle la verdad. Cómo explicarle que se acababa de tirar a una mula.

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