miércoles, 26 de septiembre de 2012

Masticando


Supe que había vuelto a pasar. La vi coger un chicle de su bolso y se lo metió en la boca con la palma de la mano abierta como si engullera un manojo de cacahuetes. Salió a la calle y se sentó en el escalón del porche con las piernas encogidas y la barbilla hundida hasta la nariz. Masticando. Me quedé mirándola un rato desde la ventana. Solo notaba el movimiento de su sien al masticar. Ni la brisa mecía su pelo. Era como una imagen superpuesta en el porche. Una pegatina en 3D. Dejé de pelar patatas y salí a buscarla.
Oyó acercarme a sus espaldas pero no se movió. Me arrodillé junto a ella y le froté los hombros. Fue como darle un masaje a la encimera de la cocina.
Si quieres podemos cenar en el porche.
Hizo explotar el chicle entre los dientes. Dejé de amasarle los hombros y me senté a su lado. Casi pegado. Ella continuaba masticando.
¿Qué fue esta vez? Me rendí.
Muchos.
Nueva pompa con el chicle, pequeña, sin levantar la cara de las rodillas.
¿Suficientes para no entrar en casa?
Son muchos.
Ya dije.
Y golpeé mis rodillas con las palmas haciendo un redoble tamborilero.
Entraron por la cocina y ahí siguen —añadió con la barbilla hundida.
Muchos ¿no?
No me crees.
No digo eso.
Sacó la cabeza de entre las piernas y me miró sin dejar de masticar con la boca abierta. Movió la comisura de los labios queriendo sonreír.
Tienes la piel de gallina — me dijo.
Carraspeé poniéndome el puño sobre la nariz.
¿Qué hay de cena? Preguntó.
Estuve pensando un instante, mirándola a los ojos. Su imagen me continuaba pareciendo fuera de contexto. Tragué saliva y respondí:
¿Tienes un chicle?


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