martes, 29 de mayo de 2012

Incertidumbre

Z y V rompieron mientras cenaban delante de la tele. Fue una conversación tan tranquila como quien habla de la meteorología y luego pide que le pasen el pan y la sal, gracias. Z y V se levantaron en silencio aprovechando los anuncios y quitaron la mesa. Z fregaba y V secaba y guardaba. Iban con movimientos calculados de cinta transportadora y codo metálico. En silencio. De fondo, el runrún de la tele y el grifo del agua. Volvieron al salón y se esclafaron en el sofá con un soplido de cansancio. Z bajó el volumen de la tele, a pesar de que ya comenzaba el programa.
— ¿Ahora qué? —dijo.
—No sé.
Y V meneó la cabeza mientras se rascaba la barriga.
— ¿Me cortas el pelo?
V lo miró perpleja. Pero no dijo nada. Se levantó del sofá y preparó los utensilios de cortar el pelo. Z se sentó en una silla más alta delante de la tele para continuar viendo el programa mientras le aderezaban las puntas. V le puso la capa de plástico alrededor del cuello y le mojó el pelo. Se armó de sus tijeras y comenzó a cortar. De fondo, el presentador torturaba a preguntas al invitado de honor.
V se puso delante de Z tapándole la visión de la tele, mientras le pulía el flequillo, tan complicado con sus remolinos. Tenía las manos llenas de pelos y le picaban. Z se quejó un poco al no poder ver, pero enseguida cambió de opinión.
— ¿Siempre te pones así con tus clientes?
Y metió la mano por debajo del camisón de V, apretando los muslos.
—Tonto, ya sabes que no. Es solo contigo que tengo confianza. Así te arreglo el flequillo mejor.
V no se apartó. Ni tampoco hizo por quitar las manos de Z de ahí abajo. Encima, si se tocaba se manchaba de pelos. Aguantó y siguió cortando como si nada. Así de largo va bien, gracias.
—Sabes que me pone mucho el camisón que llevas.
—Ya, bueno…
— ¿Ahora ya no podemos follar?
—En teoría no.
—Jolín, pero estás muy buena.
Y apretó un poco más fuerte los muslos y los masajeó a lo largo y ancho subiendo por las nalgas y se quedó ahí amarrado un buen rato. Aprisionando a V.
—Estate quieto o no acabaré nunca.
—No me digas que no te apetece.
Z metió los dedos por entre las bragas y tanteó el terreno.
—Cabrona. Si estás empapada.
Z le bajó las bragas y comenzó a lamerle el coño. V dejó de cortar e intentó mantenerse serena con las tijeras y el peine en la mano. En la tele aplaudían sonoramente.
—Todavía no terminé—se quejó V sin voz.
—Si ya está perfecto —dijo Z subiendo la lengua por el ombligo.
V soltó las tijeras y se rascó los dedos para quitarse los pelos pegados. Z la tumbó encima de la mesa y le subió el camisón hasta el cuello. Se descorchó la bragueta, como el primer pum de una botella de cava y  por allí asomó una erección encarnizada, latiendo. Se la metió de una, como un salivazo de corsario. V se estremeció, todavía le picaban las manos por los pelos pegados. Intentaba rascarse, Z la inmovilizó con una mano, mientras que con la otra le amasaba las tetas. Sin perder el ritmo de las embestidas. V cerró los ojos y se dejó hacer excitada por la brutalidad inusual de Z. V buscó a tientas el borde del camisón que tenía alrededor del cuello para hacerse una improvisada mordaza y amortiguar los chillidos de gata que ya se le escapaban. En la tele dieron más anuncios, el presentador volvió con más preguntas estúpidas de respuesta fácil. Más anuncios. El programa terminó. Más aplausos. Z y V cayeron exhaustos en el suelo. Ya daba igual rebozarse con los pelos cortados. Se miraron y se echaron a reír a carcajadas. V se rascó la barriga.
—Y ¿ahora qué? —dijo Z.
—No sé. ¿Quieres que te depile las cejas?

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