martes, 29 de mayo de 2012

Cubo de Rubik

Llegas y te desmadejan el alma. Te remueven todo alterando el orden normal de tu cuerpo. Da igual si el riñón late en los pulmones o si al hígado le da por parpadear. No importa. Han mezclado tus colores, ya los verdes están con los rojos, el blanco con los azules y el naranja, bueno, el naranja anda picoteando de aquí para allá. Es un color extraño que busca el protagonismo y la popularidad entre los demás, y nunca sabrá, pobre mío, que siempre será la sombra del rojo, que el amarillo brilla más que él y tiñe tu páncreas en la frente. Sí, eso es lo que pasa cuando llegas. Que te desmenuzan. Te trituran y no sabes por dónde ha venido. Quieres juntar los colores, emparejar cada cual en su casilla y giras y giras la rueda y no consigues más que liarla más. Lo gracioso de esto es que no te rindes. Llegas y te dejas hacer. Sorteas las patadas y esquivas las rastreras que amputan tus pies en el aire. Te atas la cintura con una cuerda  que puedes usar para saltar a la comba. Y a mí todo eso me da igual. Llegué y me dejé mezclar. Te vi y mi naranja saltó de casilla. Te miro y el corazón baja a las rodillas buscando articulaciones. Pero él no tiene la fuerza suficiente y me hace caer de bruces ante la evidencia de que tu cubo se está recomponiendo, ya tienes unidos a todos los rojos y los verdes, solo los blancos se resisten. Y por qué yo quiero que me muerdas la boca y que me arranques un cacho de carne. Porque solo tú sabes mantener a raya mis naranjas y les haces comprender que es más bonito el rojo. Rojo como la sangre que debes derramar de mis labios. Solo tus besos me arden desde que me los das hasta llegar a casa. Me ducho y siguen haciendo cosquillas en mi frenillo. Llegué y vi cómo movías tus casillas y girabas la rueda. Me pediste ayuda, pero me dio miedo. No sabía mezclar los colores, sin saber, pobre de mí, que ya los tenía bien colocaditos cada uno por su lado, asesorados por el naranja. Y ahora es tarde. Mis pulmones no podrán bombear la sangre suficiente al bazo, mi cerebro ya no sabe hacer la digestión sin el amarillo. Los ojos me segregan bilis. Y tú respiras tan contento con tu tráquea bien puesta de su color perfecto. Llegas y te rindes. Llegas y no me insistes, ahora que ya sé jugar. Ahora que las reglas están claras. Ojalá pudiera descolocar tus naranjas con la misma profesionalidad que lo haces tú. Ojalá un día me pidas que te arranque un trozo de intestino o que me lleve una clavícula. Quizá lo haga cuando no te des cuenta. Me iré y me llevaré un suvenir tuyo para comprobar si seré capaz de recomponer mis colores en la soledad de las noches mientras acaricio tu pituitaria. En fin, solo quedará el ojalá. Porque ya me voy mañana, llegaré y te diré que buena suerte. Llegaré y te daré un abrazo tan cordial. Llegaré y te pegaré la última patada en la cara para ver si continúas con tus reflejos intactos. Por querer comprobar si hay un atisbo de esperanza de que me comas la boca. Mastícala bien por favor. Espero, aunque sea un poco, a ver conseguido desmadejaros el alma. Mover un milímetro el omoplato que está pegado a vuestro respaldo de la silla. Llego y os cuento todo esto. Llego y os aconsejo que dejéis al verde invadir al rojo. Es un presumido que se sabe mejor que el naranja. Y el naranja, pobre mío, solo busca el protagonismo de que le hagan un pelín de caso, porque él sí sabe cómo hacer que todos los colores se pongan en su casilla, solo él es el responsable de ponerte los latidos adecuados bajo el esternón.

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