martes, 29 de mayo de 2012

Abducido

Me llevaron hacia la luz. No sé muy bien por donde vinieron. De repente, sentí un picotazo en la nuca y ya no pude moverme. Me cargaron en una camilla blanca y estrecha. Me transportaron por un túnel de plástico transparente y hermético. Me dejaron tumbado sobre una mesa metálica y fría. Se fueron. Y ahí me quedé un buen rato. No sabría decir cuánto. El picotazo me escocía. Me mareaba. Y ya no recuerdo más. Cuando abrí los ojos, cinco seres de bata blanca estaban a mi alrededor con guantes de látex tiznados de azul. Tardé en averiguar que se trataba de mi sangre. Llevaban unas conchas blancas en la cara que les tapaban la nariz y la boca. Gafas de plástico enormes les cubrían los ojos. No podía distinguirles. No les podría reconocer si me los volviera a encontrar. Tenían tijeras y cuchillos muy pequeños con los que estiraban y seccionaban vísceras. Tardé en averiguar que eran las mías. Ellos no se habían dado cuenta que tenía los ojos abiertos y veía todo lo que hacían. Hablaban. Pero no les entendía. Tenían la voz grave y oscura. Pronunciaban mucho la erre. Y aquellas conchas blancas les cambiaban las ondas de frecuencia. Deslicé mis ojos hacia abajo y a duras penas pude divisar mi tórax abierto en canal. Con el líquido azul chorreando en gruesas gotas. Tenía los brazos y los pies atados. No sentía dolor. Solo notaba el trajinar por mis entrañas con la libertad de esos animales peludos que hay por aquí. Me fijé que había dos tipos de esos seres curiosos. Olían diferente. Y a través de la bata blanca, a dos de ellos, se les adivinaba unos bultos redondos en la parte superior de su escuálido cuerpo. Otro picotazo en la nuca me dejó fuera de combate de nuevo. No sé por cuánto tiempo. Antes de cerrar los ojos vi cómo ellos se quitaban los guantes y dejaban ver sus cinco dedos pequeños y meticulosos. Alguno se quitó la concha de la cara. Error. Ya les reconocería en cualquier parte. Por muchas galaxias en las que quisieran esconderse. Noté el frío de la mesa metálica por toda mi dorsal. Cerré los ojos todavía con mi tórax abierto y chorreando gotas azules.
Abro los ojos. El picotazo todavía me pica en la nuca. Han cosido mi tórax. Y ya no tengo el líquido azul. Una bombilla se enciende en la palma de mi mano. Son los míos que me buscan. Querrán datos de mi expedición. Pero no puedo avisarles. No me puedo mover. Me noto vacío por dentro. La luz parpadea insistentemente. Lo siento. No sé las coordenadas de este planeta de agua y desiertos. Cómo decirles que me han atrapado una panda de bípedos con cinco dedos en las manos y los pies.

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