lunes, 14 de noviembre de 2011

En segunda persona

Cine mudo
Está todo gris. Miro desde mi ventana y las calles se mueven en un gris mate que no oigo. Las bocas se abren en muecas mudas. Las risas no suenan. Ya sabes que no oigo tus gritos. No hay volumen. Miro desde mi ventana y todo está gris. Los coches pasan pero no retumban sus motores. Tus tacones repican en las escaleras y no sé si bajan o suben. Pero da igual. Porque desde mi ventana imagino lo que dirán esas bocas mudas y cómo sonarán esas risas censuradas. Alguna vez escuché el ruido de un motor de coche. Desde mi ventana gris, puedo hacer que todo lo que veo vaya más lento o más deprisa. Me divierte. Mientras, espero a que tus tacones lleguen arriba. Pero da igual. Está todo gris mate. Y no puedo oírlo. Cine mudo es lo que me queda.

Clara, sin luz
¿Y quién tiene la culpa de que resbalaras en la ducha? No fue culpa de nadie que te trituraras el nervio óptico con la grifería. No fue justo. Lo sé, Clara. Pero él no lo entendió. Se fue y te dejó sola. No fue justo. Lo sé, Clara. ¿Y qué vas a hacer ahora? Empezar. Tocar. Oler. Aprender. Lo sé, Clara. No es justo. Te iba bien. Habías conseguido tu ascenso. Tu hijo montaba en bici. Y él decía que te quería. Pero vas y te caes en la ducha. Y te machacas el nervio óptico. Él sí te culpa a ti. La culpa es tuya porque te despiden. La culpa es tuya porque tu círculo de amigos ya no os llama para cenar en alterne. Se quiere llevar la bici de tu hijo. Lo sé, Clara. No es justo. Vas y te caes y vas y le arruinas la vida. ¿Quién tiene la culpa de eso? Clara, sin luz.

Secretos
Me lo dices ahora que ya tengo la maleta hecha. Ahora me cuentas eso y no sé si creerte. Da igual. Me voy de todos modos. Nunca has creído en cuentos de enanitos que conceden deseos. Yo tampoco, la verdad. Pero es lo que hay. Te encontraste con uno y te dio la juventud eterna. Por eso vas de un lugar a otro como una tortuga con su caparazón. Para que nadie te conozca. Para que nadie sospeche. Para no colgarte de nadie. Es duro encariñarse. Y ahora me lo cuentas. Ahora que ya tengo mi maleta hecha. Tú me dices que no quieres seguir haciendo más equipajes. Te quedas. Es más, que te quedas conmigo. Por eso me lo cuentas. Pero no crees en los cuentos de enanitos que conceden deseos. Y yo tengo que seguir con mi viaje de tortuga.

Sin mácula
Lo recuerdo. Supe que eras especial en el momento que dejé mis labores para hacerte las trenzas. Recuerdo que solté tu pelo dorado y lo cepillé con los dedos. Entonces, miraste a un lado y sonreíste. ¿Por qué sonríes? Te pregunté. A la señora del sombrero blanco que está ahí sentada. Me dijiste. Terminé de anudarte las trenzas y miré hacia la mecedora que se movía sola.

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