miércoles, 5 de octubre de 2011

De rojo


¡Témplate, hermano! Hace una noche de perros. Y razón no le faltaba al fulano. Esa noche, sentía temblar hasta a mis piojos. El fulano me pasó un brik de vino después de chuparlo con su boca negra. Lo rechacé. Saqué del bolsillo de mi abrigo una botella de Jack Daniel’s. Prefiero templarme con éste, le dije. Al fulano le hicieron palmas las orejas al ver el brebaje marronuzo.
— ¿De dónde has sacado eso, so cabrón? — me dijo el fulano.
Alargó la mano intentando arrebatármela. Pero yo se la quité del alcance.
—Shhh… ¡Calla, hombre! Tenemos a los picos cerca.
Nos aferramos  a nuestras mantas con agujeros y pusimos nuestros carritos de la compra como parapeto del frío junto a los pilares de la iglesia. Los putos municipales no nos dejaban encender fuego. Joder, si tuvieran que aguantar ellos la intemperie como nosotros. Ellos van en sus coches patrulla y calefacción.
—Me darás un trago, ¿no?
—Que sí.
Y le pasé al Jack, mi hombre preferido.  Nos pusimos finos. Trago iba y trago venía hasta que dormimos a nuestros piojos y dejaron de temblar.
— ¿No la has visto hoy? — empezó el fulano.
—Ni hoy, ni hace días.
—Hermano, en realidad, no la ha visto nadie. Solo tú.
—Te digo que existe. Siempre lleva un pañuelo rojo.
El fulano se echó a reír.
—Con el cuerpazo que dices que tiene y tú, ¿solo te fijas en el pañuelito?
— ¡Cállate, idiota! Estás borracho.
—Habló el abstemio.
Nos quedamos en silencio un rato y culeamos la botella.
Al fulano le dio por reírse de mí a carcajadas. Los municipales podrían oírnos y llevarnos al retén. Que bien pensado, no me disgustaba la idea, estaríamos más calientes que a los pies de aquella iglesia. Y lo dejé estar, callado. Recordé a mi mujer del pañuelo rojo. Menuda mujer. Siempre vestida de negro. El pañuelo rojo flotando en su cuello. Entraba y salía de la iglesia a la misma hora. Andares de gata. Pelo negro. Ojos… no sé. Nunca la vi tan de cerca. Hacía días que no iba a la iglesia. A veces, me miraba y yo agachaba la cabeza y si aquella tarde el fulano no me acompañaba, me echaba una moneda en el vaso. Y se alejaba con sus andares de gata y su melena negra mezclándose con el pañuelo rojo.
—Te digo que estás enamorao de un fantasma, hermano.
Y se echaba a reír  de nuevo. Agarró al Jack y le dio un buen trago.
—Un fantasma, lo que yo te diga, hermano. Esa mujer, es un jodido espíritu que solo tú puedes ver…
—Existe. Echa monedas en mi vaso.
— ¡Bah! Cualquier viejecita desvalida con gato, también te la puede echar. Eso no es prueba suficiente.
—Te digo que es de carne y hueso, idiota.
—Uhhhh… Uhhhh…
Y el fulano empezó a aullar como si fuera un fantasma.
—Déjate al Jack. Te está sentando mal.
— ¿Le tienes miedo a los fantasmas?
Vi que quedarme más rato junto al fulano supondría problemas con los municipales y mucho menos me apetecía seguir escuchando sus tonterías. Así que, con las mismas cogí y me levanté del suelo. Agarré mi carro de la compra y me instalé en otro sitio.
—Hermano, ¿dónde vas?
El Jack Daniel`s también se vino conmigo y terminé el último trago.
Me quedé dormido en un banco de la plaza.
Unas pataditas me despertaron por la mañana. Abrí los ojos y era un municipal tocándome el hombro con una porra.
— ¡Eh! Oiga, sin faltar. Que ya me despierto solo.
— ¿Sabe usted quién es este hombre?
Y el municipal me sacó una foto del fulano.
—No —mentí. — ¿De qué se le acusa?
—Se le busca. Si le reconoce o cree haberle visto. Llámenos, por favor. Y despeje el banco.
—A sus órdenes.
El municipal volvió a su coche patrulla con calefacción. Me levanté del banco y fui a buscar al fulano a la iglesia. Le encontré rebuscando algo en su carro de la compra. Qué hay, hermano. Le saludé. Iba a avisarle de que los picos le buscaban. Pero me callé en cuanto vi que entre sus cosas del carrito de la compra, flotaba un pañuelo rojo.



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