viernes, 7 de octubre de 2011

Para ti

Me dio mucha rabia cuando me morí. En serio. No porque doliera ni nada de eso, como cree la mayoría de la gente. No se está tan mal muerto. No tienes hambre. No tienes sueño. Hasta puedes ir a cualquier parte. Cualquiera. Podría explicarte cómo caza el oso polar a la foca en el ártico. Describirte el color de las nubes en la cima del Everest. Contarte el número de pétalos que lleva en su corona la abeja reina. El calor que hace dentro de un huevo de águila… Todo eso está muy bien y tiene su punto. Pero, no te dicen que no puedes tocar nada. Absolutamente nada. Mis manos atraviesan todo aquello que quieren coger. Libros, flores, hamburguesas… esto último no por hambre, es que me hubiera gustado poder dar la tabarra a algún fanático de la comida basura. En realidad, es eso lo que me molesta de estar muerto. Me enteré de que mis manos eran incapaces de sostener una pluma cuando aquella tarde intenté tocarte. ¿Te acuerdas? Estabas sentada en el portal de tu casa. Con las rodillas pegadas al pecho. Llevabas puesta la camiseta azul que te regalé. Quise acariciarte el pelo. Sí, lo hice.  Estabas preciosa con aquellas lágrimas como melocotones empapándote la cara. Intenté coger una, pero se resbaló. Atravesó mi dedo. Cayó en el suelo, tan grande, que salpicó y te mojó los calcetines. Lo recuerdo.
No lo sabes. Muchas veces, me quedo a tu lado. Sobre todo cuando lees, porque me pasas las páginas. Me gusta olerte muy cerquita del cuello. Me he dado cuenta que solo soy capaz de percibir tu olor a violetas. Es así cómo me hueles. A violetas. Y me gusta. Tú no te das cuenta. Pero veo que te sigues poniendo la camiseta azul que te regalé. Te gusta dormir con ella y la aprietas contra la almohada. Todavía lloras melocotones que te mojan los calcetines. Lo sé. Eso también me da mucha rabia. No poder tocarte y decirte que estoy aquí. Contigo. Así, leerías con más ahínco y continuarías pasándome las páginas. Me conformaré con soplarte cerca de la nuca y ver cómo te rascas para mí.

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