Anoche necesité leerme, tuve que visitar mi desván desnudo, mirar
adentro; sentir el frío del silencio de estos tres años y verificar que sigo
latiendo, comprobar que todavía sigo teniendo ese toque, que no me he perdido,
que no me he olvidado. Sigo intermitente en la penumbra. Pero sigo. Anoche
necesité leerme, analizarme, escucharme, corregirme... Aprender a desnudarme
otra vez en la penumbra y no tiritar en mitad de la intemperie. Anoche necesité
leerme y cubrirme con mi propia escarcha. Descubro que mi diván no está tan
desnudo como aparenta. Soy consciente de que la penumbra y el silencio son la
verdadera intermitencia. Anoche mientras me leía apreté los labios hasta
ponerlos blancos, hasta hacerme daño para sentir cómo se derrite la escarcha.
Mi epicentro sigue incandescente, gritando al exterior con la furia de un
seísmo, desestabilizando los cimientos de mi diván inerte y congelado por el
tiempo.
Necesité leerme para romper ese silencio que me mantiene latiendo
en el interior de mi diván. Necesité leerme porque las finas grietas de la
escarcha empiezan a destilar el fuego de mi desnudez.
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