Soñé
que saltaban mariquitas de mi pelo. Diminutas bolas rojas moteadas de
negro. Caramelos de fresa y mora con patitas. Botaban por el lavabo y
crujían bajo mis pies. Entonces supe que me iban a abrir el pecho en
canal. Esperarían a que despertara o a que las mariquitas emigraran
a otro país para aprender inglés. A partir de ese momento, mi
corazón padecería de dolor de muelas.
Y
así fue. Por la mañana las costillas estaban separadas por la
exacta mitad de mi esternón. En la mesa de noche un pos-it pegado
con un simple ciao. Y lo curioso de todo esto es que llevaba meses
sin verla. Retrasos del correo supongo. Me miré en el espejo y la
herida del pecho no tenía buena pinta. Me acordé del día en que
decidimos soldarnos el alma, como los cortes en las palmas de las
manos para los rituales de sangre. Hacía sol y en el césped de su
cama había migas de pan. Ese día se paró el tiempo y las
mariquitas empezaron a hacer sus maletas y a rellenar formularios
para la academia de idiomas. Tuve miedo de creerlas capaces y mucho
menos las creí tan indispensables sobre mi cabeza. Pero soñé que
se iban de mi pelo y fue al despertar cuando me sentí sola de
verdad. Desde que mi soldadura se rasgó, en mi cama ya no crece el
césped y las migas de pan se las comen las palomas. Fue en ese sueño
loco en el que vi llorar a mi amiga. Fue después de que las
mariquitas se colaran por el desagüe del lavabo cuando ella sacó el
puñal para abrirme en canal. No lo vi. Cerré los ojos para poder
despertar rápido, pero ya estaba el corazón en su boca y la sangre
en sus manos. En el quinto piso de la Torre Eiffel, a la exacta mitad
del Coliseo de Roma estaba el pos-it con el simple ciao. Comprendí
que ciao en italiano también es hola. Y volví a despertar con la
cicatriz soldada en el pecho, con un discreto latido en su interior y
un montón de mariquitas muertas por el suelo del baño.
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