jueves, 21 de febrero de 2013

Soldaduras


Soñé que saltaban mariquitas de mi pelo. Diminutas bolas rojas moteadas de negro. Caramelos de fresa y mora con patitas. Botaban por el lavabo y crujían bajo mis pies. Entonces supe que me iban a abrir el pecho en canal. Esperarían a que despertara o a que las mariquitas emigraran a otro país para aprender inglés. A partir de ese momento, mi corazón padecería de dolor de muelas.
Y así fue. Por la mañana las costillas estaban separadas por la exacta mitad de mi esternón. En la mesa de noche un pos-it pegado con un simple ciao. Y lo curioso de todo esto es que llevaba meses sin verla. Retrasos del correo supongo. Me miré en el espejo y la herida del pecho no tenía buena pinta. Me acordé del día en que decidimos soldarnos el alma, como los cortes en las palmas de las manos para los rituales de sangre. Hacía sol y en el césped de su cama había migas de pan. Ese día se paró el tiempo y las mariquitas empezaron a hacer sus maletas y a rellenar formularios para la academia de idiomas. Tuve miedo de creerlas capaces y mucho menos las creí tan indispensables sobre mi cabeza. Pero soñé que se iban de mi pelo y fue al despertar cuando me sentí sola de verdad. Desde que mi soldadura se rasgó, en mi cama ya no crece el césped y las migas de pan se las comen las palomas. Fue en ese sueño loco en el que vi llorar a mi amiga. Fue después de que las mariquitas se colaran por el desagüe del lavabo cuando ella sacó el puñal para abrirme en canal. No lo vi. Cerré los ojos para poder despertar rápido, pero ya estaba el corazón en su boca y la sangre en sus manos. En el quinto piso de la Torre Eiffel, a la exacta mitad del Coliseo de Roma estaba el pos-it con el simple ciao. Comprendí que ciao en italiano también es hola. Y volví a despertar con la cicatriz soldada en el pecho, con un discreto latido en su interior y un montón de mariquitas muertas por el suelo del baño.

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