jueves, 21 de febrero de 2013

Macedonia


No sé por qué lo hago. No sé por qué me gusta tanto flirtear contigo. Pero lo hago. Y mucho. Es que te miro, ahí sentadito en esa banqueta que solo te sujeta una nalga. Y es que no puede ser, encima te colocas debajo del tubo fluorescente para que te brille la calva. Tus patillas pobladas de rizos espumosos luchan por sobresalir de las gafas de pasta, que te dan ese aire de chico intelectual negando rotundamente la idea de que te gusta machacártela observando mis fotos. Me he colocado justo enfrente de ti, para que no pierdas detalle. Sé que te gusta mirarme. Y a mí que me mires, todavía no sé por qué. Me acomodo en el acolchado del sofá de nuestro rincón favorito del bar. No hay mucha gente y todo está iluminado con el brillo de tu calva. Te miro para asegurarme de que no me quitas el ojo. Perfecto. Estás desabrochándome el pantalón o mordiéndome una teta. Me lo dicen tus ojillos a través de las gafas de pasta. Me encanta. Te relames y eso me hace sentir sexy. Me excita saberme la musa perra de tus ensoñaciones lascivas. Sí. Deseada, como las tops de las portadas de revista. Suspiro para refrigerarme. Mi novio me toca con todo el respeto del mundo, me acaricia el pelo y me besa en la frente. Pero de vez en cuando también me gusta que me den un azotito en el culo.
Podríamos actuar. Una leve señal de ceja y nos colamos en el baño juntos. Me arrancas la ropa, me muerdes y me pellizcas. O un roce de labios con mi lengua y te hago venir al rincón para que te acoples a mi lado del sofá. La música ahogaría mis gemidos de gata y tú podrías meterme mano a gusto. Pero no hacemos nada. Levantas una mano para que la camarera te sirva otra cerveza y yo finjo mirar la carta de cócteles. Te mantienes firme porque respetas la barrera natural del macho contrincante. Esperas que sea yo la que dé el disparo de salida. Pero no sé por qué, mis bujías no hacen chispa por muy calientes que estén. No sé por qué, pero me meto la mano dentro de la bragueta. Veo tus ojos salirse de las gafas y sé que me acaricias el cuello y me lames el pezón derecho, es el que más te gusta. Pienso que quizá podría acercarme y restregarme en tu nalga sobrante. Chuparte el lóbulo de la oreja que te pone tan malo. Pero no puedo sacar mi mano de la bragueta. No sé por qué. No dejes de mirarme.

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