domingo, 8 de julio de 2012

Para llevar y alumbrar

Lucía guarda las palabras en una bolsa de asas. Las va metiendo con sumo cuidado para que le quepan muchas. Para luego llevárselas a casa y ordenarlas en versos y en cartas que nunca le contó a su amiga Milagros. Milagritos, su gran incondicional desde hace tanto, faltarían dedos para contar los años. Y que ahora la contabilización se quedará ahí, en un stand by eterno. Del que solo quedan los recuerdos metidos en otras bolsas de asas y las aventuras plasmadas en fotos de papel. Lucía ya tiene varias bolsas de palabras llenas, pero se resigna a armarse de valor y volcarlas sobre la mesa camilla caldeada por brasero de latón y ponerse a ordenarlas.
A la luz de una linterna fluorescente y ambientada por el rico olor de una shisha afrutada, esa noche, Lucía se pone manos a la obra. No sabe muy bien por dónde empezar ni lo que le contará a su Milagros del alma. Solo sabe que le pesan esas bolsas y que las asas cortan y amoratan sus dedos. Decide clasificarlas por orden alfabético. Pero hay demasiadas. Por fechas… pero no sabe cuál es la primera, los dedos de la manos no son tan precisos como a ella le gustaría en ese momento. Total, que se enfada y sus frases no forman más de cuatro cataratas distintas. Chorros de palabras de un spa de vapor que ya no masajean en la espalda. Una divina comedia entre la nostalgia y el fervor de lo nunca dicho. Y Lucia se enfada más.  Siente el quemazón en sus rodillas del brasero de debajo de la mantilla de flecos rojos. Esa mantilla que tantos tés y pastas, cervezas y patatitas sostuvo para ella y Milagros. El olor del humillo afrutado se hace más espeso. Y las palabras montañas de pelusas sobre la mesa. Lucía se ahoga y es cuando las recoge en un puñado de marañas y lo tira a la basura. Lo tira acusando a Milagros de su propia falta de tacto. De su poca paciencia para construir la cara oculta. Entonces, es ahí cuando me llama a mí, para que escriba sus pensamientos de distracción y de entretenimiento nocturno, para que le haga compañía junto al brasero y la mantilla de flecos rojos. Para que le cuente al mundo, su mundo, lo que ella no supo clasificar a partir de sus bolsas de asas. Y yo sonrío y le digo que sí, que me convertiré en la bombilla de la tenue luciérnaga casi extinguida, para alumbrar sus noches de humo espeso y llevar hasta la lápida de Milagros esas palabras invisibles. Que lo haré para ti Lucy. Para las dos.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario