martes, 5 de julio de 2011

De dos a tres

De dos a tres, Rafael sacaba a pasear a Boris. En verdad, era Boris quien sacaba a pasear a Rafael. Bueno, para ser exactos, era Jacinta quien echaba a la calle a Boris y a Rafael para ordenar la concina a sus anchas después de comer.
— ¡Menos cinco, Rafa! No te duermas y saca a Boris a hacer sus cosas.
—Y ¿no se puede esperar un poquito? Hace un calor a estas horas…
— ¿Fregarás tú los pipís del querido Boris?
— ¡Hombre! Es tu querido Boris…
— ¡Va! Rafa, que son las dos. No me marees.
—Y ¿tengo que ponerle esa correa para pitbulls? No se va a escapar la rata ésa, no.
— ¡Rafa!
—Cojones de perro…
—Ya pasan de las dos.
—Vooooy…
El sol le picaba en la calva. Se la rascó. Arrastró la correa para pitbulls por todo el parque para perritos. La morriña de después de comer le subía por la nariz.
—Venga mea, hombre. Si con ese cuerpecejo de rata, tampoco tendrás mucho que soltar.
Dio un par de vueltas más. Se rascó la calva como seis veces más. Las gotas de sudor le resbalaban por la espalda. Miró el reloj de su muñeca. Dos y veinte. No aguantaba más. Soportar esa calima hasta las tres. Se le erizaba el vello con solo pensarlo. Dio un tirón de correa y decidió volver a casa antes de hora.
— ¿Se puede saber dónde narices te has ido? —Le saludó Jacinta a gritos nada más entrar por la puerta.
Rafael no llegó ni a soltar la correa.
—Esta sí que es buena. ¿Dónde voy a estar? Con tu Boris del alma.
— ¡Ah! ¿Sí? —Replicó soltando la bayeta de golpe sobre la encimera. —Entonces, ¿quién es el que ladra en el balcón?
A Rafael se le aflojaron las rodillas. Pero si… Tiró de la enorme correa y comprobó que al otro lado no había nadie. ¿Cómo había sido posible? Rafael se puso amarillo. Se le derritió la calva escuchando los ladridos desesperados de esa rata con orejas de murciélago. Jacinta guardó una soberana carcajada y dijo retomando la bayeta:
—No pasa nada, Rafa. Todavía hay tiempo hasta las tres…

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