martes, 5 de julio de 2011

El interruptor

Mamá había salido y a Elena le tocaba cuidar de su hermana pequeña. Lo hacía desde el salón con la oreja pegada al móvil. Mientras, Maribel se pintaba la cara con la puntería de una escopeta de feria. El lavabo era una piscina de pintalabios y polvos compactos. Maribel estaba a sus anchas, subida a un taburete frente al espejo del baño. Carmín rojo, sombra de ojos azules… Elena continuaba adherida al aparato sin prestar atención a lo que su hermana estaba liando en el baño. Maribel se cansó de pintarse y decidió que los tacones de mamá irían ideales con su maquillaje. Fue hasta el dormitorio, revolvió el armario y encontró los zapatos rojos de mamá, los más altos y bonitos. Iban perfectos con los labios. Se los puso y fue taconeando hasta su cuarto para poner música y bailar con los tacones. Elena colgó el teléfono y  lo tiró a un lado del sofá. Entonces, fue cuando escuchó la música y el escándalo que tenía armado su hermana. La encontró zapateando con frenesí, repicando bien en el suelo los taconazos kilométricos de mamá. Y a Elena se la llevaron los demonios.
— ¿Se puede saber qué estás haciendo, mocosa?
Maribel dejó de zapatear en seco y se quedó mirándola fijamente muy rígida. Elena apagó la música de cuajo.
— ¿Te has visto esa cara? ¿Qué te has hecho?
—Nada.
— ¿Nada? Cuando mamá vea lo que has hecho con sus pinturas, ya verás la que te va a caer, tonta.
—Bueno, a ti también te reñirá. Estabas hablando por el móvil.
—Serás estúpida. Vas a recoger todo lo que has liado en el baño antes de que venga mamá.
—No quiero.
—Pues le diré que has cogido sus zapatos preferidos.
Maribel soltó un soplido, se quitó los zapatos de tacón y fue al baño.
—Déjalo todo como estaba.
—Que siiiiiiií.
Elena dejó hacer a su hermana y volvió al sofá mirando de reojo al móvil.
Maribel acabó de recoger el estropicio del baño y fue a buscar a su hermana. La encontró en el sofá abrazada a sus rodillas, llorando en silencio. Se sentó frente a ella.
— ¿Qué te pasa?
—Desaparece.
— ¿Estás enfadada?
—Que me dejes en paz.
— ¿Por qué lloras?
—No lloro.
—Pues sí. Que te veo. Ya lo recogí todo.
—Pero sigues sin lavarte esa cara de payaso que te has puesto.
— ¿Estás triste?
— ¿No te cansas? Vete a lavarte la cara, anda. Estás fea.
Pero Maribel no se fue. Se quedó mirándola y le acarició el pelo.
— ¿Estás triste por un chico?
— ¿Qué sabrás tú de chicos?
Maribel se encogió de hombros y añadió:
—Marta se ha casado hoy con Luis.
— ¿Marta la de tu clase?
—Sí. Alberto fue el cura. Se casaron en los columpios del patio.
—Interesante.
—Mamá cuando está triste es por un chico…
Entonces, Maribel comenzó a tocar a su hermana con el dedo índice como si estuviera pulsando teclas. En la nariz, en los mofletes, un ojo…
— ¿Qué haces?
—Busco el interruptor.
— ¿El qué?
—Mamá dice que todo el mundo tiene uno. Solo hay que encontrarlo. Y cuando lo tocas, esa persona sonríe.
Elena se quedó mirándola intrigada. Maribel continuaba pulsando con su dedo índice. El brazo, la mano, la barbilla… Cuando llegó al ombligo, Elena sonrió.
— ¡Lo encontré!
Elena abrazó a Maribel.
—Anda, vamos. Te ayudaré a lavarte la cara.

1 comentario:

  1. ¡¡Qué bonito!! Me encanta, guapa, esta historia la guardo con la de la aceituna :o)

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