Ahora
mismo podría estamparle la cara contra el cristal, escuchar el crujido de su
nariz hundiéndose en el cráneo. Podría ahumar los cristales con su sangre.
Podría, pero no lo hago. Me quedo quieto y sonrío sin enseñar los dientes.
Podría sacar la pistola de debajo de mi americana y hacer que los sesos
salpicaran la pared. Podría, pero no lo hago. Sorbo mi café y asiento
mecánicamente al ritmo de su voz puntiaguda. Podría hacerle tantas cosas a esa
loca que me relamo con sólo pensarlo. En cambio, acabo mi café y doy las
gracias: “un placer, Meredith”. Salgo a la calle con el olor a sangre metido en
la cabeza y me limpio los hombros de la americana por si acaso algo salpicó.
Al
otro lado de la calle, me espera el Hojalata con el motor encendido, fumando la
colilla de la noche anterior. Me saluda con un gruñido de camello al entrar.
—Casi se me congelan los huevos
esperando.
—Canadá queda muy lejos, tío.
— ¿Lo
has hecho?
—Arranca. Tengo hambre.
Nos movemos. El Hojalata mastica la
colilla como un camello. Esta mañana tiene el humor torcido y no para de
preguntar cosas estúpidas mientras gruñe y lanza gritos de camello dando golpes
al volante. A mí me está poniendo nervioso y mi mano instintiva va al bolsillo
de dentro de la americana. Me laten las sienes y el hambre me pellizca el
estómago. Continuamos calle abajo con la escarcha derritiéndose en el
parabrisas.
Noto el peso de la pistola en el
bolsillo de la americana cada vez con más aplomo conforme el Hojalata masca su
colilla.
—Tío, me pediste que me cargara a tu
madre no que aguantara tus mugidos de camello por la mañana.
— ¿Lo
hiciste?
— Ve a comprobarlo.
—No me toques los huevos.
—Huevos… No estarían mal para
desayunar.
— ¿Te
haces el gracioso conmigo?
— ¿Me estás amenazando?
El Hojalata está nervioso. El asunto
de su madre le ha crispado los nervios. Pero está crispando los míos con su
actitud de camello frenético. Ahora mismo podría sacar la pistola que tanto me
pesa en la americana y hacerle unos cuántos agujeritos en su cara desencajada
de camello. Podría aprovechar cualquier semáforo en rojo y montar el escándalo.
Podría, pero no lo hago. Pienso en los huevos revueltos con un poco de café. A
poder ser, café sin agua del fregadero como el de casa de Meredith. También
podría partirle la cara a puñetazo limpio y dejarme los nudillos en sus cejas o
podría hundirle la nariz en el puñetero volante. Podría, pero no lo hago.
Pienso en la pobre Meredith con la cara aplastada contra el cristal y me da
repelús. Me vuelvo a espolsar los hombros por encima de la americana.
Paramos en un semáforo y me muerdo
los labios.
—Tío, da la vuelta. He olvidado
algo.
— ¿Qué
coño estás diciendo?
— ¿El frío te ha dejado sordo? Da la
vuelta.
El Hojalata pega un volantazo
mientras gruñe con más insistencia que al principio.
—Me cago en la puta y en la madre
que me parió. No lo has hecho.
—Deja de llorar, camello de los
huevos.
—Me estás jodiendo vivo.
La vuelta ha sido más rápida. El
Hojalata aparca en el mismo sitio de antes y deja el motor encendido.
—Espero que sepas lo que haces.
—Descuida, tío.
No dudo. Saco la pistola de mi
americana y pinto la ventanilla del conductor con el rojo de los sesos
esparcidos. Ahora mismo solo pienso en unos huevos revueltos bien fritos. Salgo
del coche limpiándome los hombros de la americana por si acaso algo salpicó y
me dirijo al portal.
—Disculpe, Meredith. Ahora que lo
pienso, sí me gustaría comer algo.
La buena señora me deja pasar y
paso. Una vez dentro, me asalta el olor a sangre que había dejado antes junto
al café aguado. Ella se va medio canturreando, medio hablando sola a la cocina
contenta por tener algo que hacer en su patética existencia. Su voz puntiaguda
se me clava en las sienes y me las froto haciendo círculos con los dedos. Ahora
mismo podría destrozarle la cara con la culata de mi pistola, podría ahogarla
en la bañera y fingir que fue un accidente. Podría hacer muchas cosas, tantas
que tanteo mi pistola debajo de la americana. Podría, pero no lo hago. Me
siento a la mesa con la servilleta atada al cuello y me relamo con el olor de
los huevos mezclándose en la sartén.
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