jueves, 8 de diciembre de 2011

Azúcar glas

La llama del mechero calentó el metal de la cuchara. Esperó a que el líquido transparente hirviera un poco y, luego, acercó la aguja. Succionó la cantidad exacta de un solo movimiento. Se palpó en busca de una vena sin picar. Encontró un hueco en el brazo derecho. Se apretó la goma y vio cómo se hinchaba la vena. Clavó la aguja con precisión, bombeó y el líquido transparente entró dentro. Iba rápido. Esa mierda era buena. Se quitó la goma y se tiró en el sofá a disfrutar del colocón. Entonces, llegó ella. Cargada de bolsas de compra y con el bebé en brazos, recién sacado de la guardería. Fue directa a la cocina y dejó las bolsas sobre la encimera. Saludó un hola general. Nadie contestó. Dejó al bebé en la cuna que se quedó haciendo palmas y haciendo pedorretas con la boca. Le vio tirado en el sofá, a oscuras, ni siquiera se preocupó de recoger el material.
—Me lo prometiste, so cabrón.
El grito resonó por toda la casa. El bebé dejó de hacer pedorretas y palmitas. Ella de un repelón agarró el material y se lo estampó en la cara. Él abrió los ojos, el colocón no lo dejaba moverse. Sonrió como un bobo.
—Te has picado en nuestra propia casa…
—Nena, me dolía…
— ¿Te dolía? Te voy a decir lo que me duele a mí.
Ella lo levantó del sofá de un empujón. Lo condujo hasta el dormitorio y le señaló la cuna.
—Eso duele más, jodido cabrón.
—Lo siento, nena… No volverá a pasar. Te juro que era el último.
—Ya. Como el mes pasado, y el anterior… Se acabó. ¿No tenías bastante con esnifar la puta coca de tu primo?
Ella abrió el armario y comenzó a sacar ropa a borbotones. La cogió toda de un puñado y, sin dudar, la tiró por la ventana.
—Te vas a la puñetera calle.
Él se tambaleaba detrás de ella. Esa mierda era muy buena, joder. El bebé empezó a llorar.
—Nena, no me puedes hacer esto.
—Tú sí que no me puedes hacer esto a mí. Lárgate.
Intentó besarla. Pero ella se apartó y él tuvo que hacer grandes esfuerzos por no caer de bruces al suelo.
—Vete. Vete, por favor.
—Nena, no te enfades…
Y la buscó para abrazarla.
—Que te largues, joder.
Ella le apartó con todas sus ganas. Le empujó. Él cayó de espaldas sobre la cómoda y arrastró consigo una figura de porcelana. El estropicio fue tremendo. El bebé rompió a llorar más fuerte.
Finalmente, ella abrió la puerta y lo sacó de casa de un puñado. Cerró de golpe y no quiso escuchar los puñetazos y las patadas de desesperación al otro lado. Corrió a consolar a su bebé.
El bebé aprendió a decir papá demasiadas veces. Y ella cargó con las bolsas de la compra durante mucho tiempo, por eso, cuando sonó el timbre, fue a abrir la puerta. El bebé en brazos. Le encontró al otro lado. Peinado y afeitado. Sonrisa de galán bien ensayada. El bebé dijo papá muy claro. Ella se quedó mirándole sin decir nada desde el umbral. Él buscó de su bolsillo interior de la chaqueta una bolsita con polvo blanco. La agitó como si fuera un sonajero mientras se la enseñaba a ella.
— ¿Qué dices, nena? ¿Nos endulzamos la vida?
Ella suspiró y le dejó pasar.

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